miércoles, 3 de septiembre de 2008

A propósito del Canal Universitario Nacional/A propósito del Canal U...[1]

La televisión educativa y cultural en Colombia: la deformada idea del dispositivo como medio.

Por Mauricio Velásquez H.

Erróneamente, ahora consideramos que no debemos aprender a hacer televisión sino que debemos enseñar a verla.

Hace poco, en una pregunta que me hicieron de manera espontánea, encontré una reiterada particularidad: en la actualidad, cuando corre el afán de brindar información a partir del uso de la televisión como mediador, no es exclusivo de aquellos que de ella se sirven el creer que es simple utensilio contenedor de mensajes que llegarán a un espectador, es generalizada la idea deformada de que el dispositivo está allí y por sí solo constituye un objeto en el cual podemos verter cualquier tipo de mensajes. Se preguntarán entonces si pretendo regresar a la discusión añeja de la forma y el contenido, a lo cual responderé que no, pues como he sostenido en el pasado, es en definitiva el eficaz balance de ambos lo que redunda en la pertinente y relevante lectura del televidente. Es preciso señalar, eso sí, que se antoja curioso cómo después de tantas apreciaciones en tal sentido, resulta que una cosa es aquello que se ostenta en la academia (el conocimiento) y otra, sustancialmente contraria, la que se aplica en la industria (la intuición, la adivinación y la sospecha). Seguimos cometiendo los mismos errores de siempre, aun habiéndoles señalado en el pasado.

Sólo para citar un ejemplo que ilustre lo anterior, hace dieciséis años, el autor Sergio Ruiz Cuartas sostenía en su artículo Sospechas y perspectivas de la televisión regional, que “…Hoy más que nunca, la TV regional está obligada a estudiar su comportamiento y la oferta televisiva que le ofrece a sus teleespectadores.”[1]

Lo que pretendo plasmar en estas líneas es, nuevamente, una reflexión hacia la inconmensurable capacidad semiótica de la televisión, su poder para la reelaboración del sentido y la reconfiguración de los modos, maneras y mecanismos que rigen el devenir del cuerpo social. Habrán entendido entonces que me ocuparé de los usos de aquellos que la hacen y no de aquellos que la consumen.

Para ello, comenzaré por contar que me buscaron en asesoría para la elaboración de un programa de televisión en estudio sobre un tema de interés académico. Mi respuesta no fue determinadamente negativa, en el sentido de que traté de persuadir a mi interlocutor de cambiar su idea de “hablemos de tal cosa con tal persona que conoce el discurso sobre tal tema y yo entrevisto, atendiendo las preguntas comunes que el televidente común haría en casa”, por uno que no acudiera a tan suspicaz modelo de entrevistas, pues a mi juicio, no sólo es un esquema –algunos lo llaman formato- tan resueltamente ineficaz, sino que acude a la disposición de todo tipo de figuras y maniqueos que en la actualidad son menos relevantes para la sociedad de lo que consideramos. A manera de ejemplos de dichos programas podría citar los nombres de algunos de ellos, pero para no caer en nimiedades, tan sólo diré que en su mayoría, son responsabilidad de productores y directores que, curiosamente, parecen saber “mucho” de televisión y poseer “mucha” experiencia haciéndola. Incluso, hace poco, un alumno me contaba que alguno de dichos expertos realiza talleres donde indica que "lo más importante en televisión es conseguir expertos", porque, según él, y aquí viene un argumento delicado, "ellos son los que saben, y usted simplemente se debe limitar a entrevistarlo". Pregunto yo, ¿Será entonces el invitado el responsable también de la narrativa, de la estructura que se proponga desde un guión?.

Obviamente debemos considerar ciertos aspectos que hacen de cierto tipo de propuestas el lugar común de nuestra televisión, en especial cuando hablamos de interés público, social, educativo y cultural. El primero de ellos tiene que ver con la impertinencia.

Nuestra televisión no sólo está permeada por el clientelismo y la burocracia sino por una hipótesis cuasilógica que hemos aceptado sin reparos:

“¡La televisión educativa y cultural es necesaria!”.

Me veo en la perentoria urgencia de hacer la disección en la especie de este tipo de enunciado pues contiene por efecto de aceptación social (costumbre) un argumento que nadie discutiría:

“¡La educación y la cultura son necesarias!”

Evidentemente nadie pondría reparos en el uso de un objeto como la televisión al servicio de la mediación para los mensajes de semejante hipertexto, pues ciertamente la educación y la cultura no sólo son necesarias, son ineludibles en el armazón de cualquier sociedad. El problema existe, insisto, en las maneras en que usamos el medio para mediar la información.

Debemos atender una serie de señales particulares del contexto y el entorno en el que una propuesta ha de ser instalada, pues debe cumplir con un fin pertinente en la sociedad. Lamentablemente, en nuestro país, pocas veces se atiende a este fin, aun a costa de que en ocasiones es la sociedad quien subsidia los recursos para intentar lograrlo. Una de esas señales es, sin duda, que el mercado de las posibilidades de canales se ha multiplicado en todos los estratos, y el televidente, lenta pero paulatinamente, está dirigiendo su atención a otros espacios.

No perdamos de vista la hipótesis que contiene en sí misma su argumento: “¡La televisión educativa y cultural es necesaria!”, pues desde hace varios años existe el fenómeno de la disminución de audiencia[2] para las propuestas de interés público, social, educativo y cultural, situación a la que, definitivamente no sólo se le presta poca atención sino que cuando se trata como temática pocos resultados se desprenden de su discusión. Erróneamente, ahora consideramos que no debemos aprender a hacer televisión sino que debemos enseñar a verla.

Lo anterior es una extendida costumbre, pues el televidente es considerado como un iletrado que no debe condicionar a quienes hacen la televisión. En el mismo sentido, Ruiz Cuartas citando varios conceptos al respecto, sostiene que:

El grupo organizacional de los periodistas adolecería de lo que se ha dado en llamar “mentalidad narcisista” (cfr. Thevenet, 1986: 142 y ss.) caracterizada por un apartamiento del entorno que cuidaría especialmente cualquier información que pudiera cuestionar su función dentro de la sociedad o que amenazara con destruir el armazón que sustenta su legitimación externa. En ese sentido algunos autores (cfr. P. ej., Schlesinger en McQuail, 1985:146, o Wolf, 1987:283) han visto en la falta de relación con las audiencias no sólo un problema de autismo, sino incluso de hostilidad en defensa de una hipertrófica autonomía profesional.”

“…no desean ser condicionados por las posibles exigencias de sus públicos. La “imagen de audiencia” que acompaña a esta hipótesis presenta a los receptores como sujetos sin la cualificación suficiente como para proporcionar a los informadores juicios adecuados sobre el trabajo periodístico (ver McQuail, 1997:111). Este razonamiento conduce a los emisores a explicar una “audiencia baja” a través de una argumentación elitista”[3].

¿Hasta cuándo habrá que seguir insistiendo en que los consumos de la audiencia deben ser tenidos en cuenta para estructurar la oferta?, pues, definitivamente, cada vez más se comprueba que los usos que hace de la televisión difieren de aquello que sus responsables “intuyen”. Debemos reconocer los modos del televidente.

La multiplicación indiscriminada de canales, y su consecuente multioferta de imágenes, provoca nuevos estándares de beneplácito, pues en otras señales hay un mejor aprovechamiento en el reconocimiento de las televidencias y su búsqueda lógica de masajes lúdicos y afectivos[4] , es decir, son eficaces en una justa medida con el dispositivo y los usos y gratificaciones que de él se desprenden[5]. Entretienen y de paso, en ocasiones, forman e informan. Algo escaso en nuestro contexto, a pesar de la normatividad existente que obliga a la televisión a satisfacer los gustos y hábitos de los televidentes.[6]

Quiero hablar sobre este aparte porque desde hace años señalo que es un factor que incide directamente en el descenso de la demanda de la televisión de interés público, social, educativo y cultural. El efecto que se crea en la multiplicación de los imaginarios audiovisuales en el espectador es su obvia migración de los canales nacionales, regionales y locales con interés público, social, educativo y cultural, pues los mismos, sin ser resueltamente malos, son resueltamente impertinentes por no atender a los gustos que sí ofertan otros foráneos. La penetración de nuevos y atractivos formatos hace parte de una avisada apertura económica y a la cual sólo han sabido hacer frente los canales públicos comerciales de señal abierta (RCN y Caracol). Si aun sobreviven los demás canales ha sido gracias a que su estructura y tradición en la industria televisiva los ha instalado, mas no perpetuado, como patrimonio; pero, ¿cómo estamos educando a las nuevas generaciones para el uso y la atención de sus señales?

Es evidente que son diferentes las ofertas de los canales foráneos y los nacionales, en especial por sus formatos, sin embargo no comparto las consideraciones que algunos atienden para resguardar sus inconsistencias y obviamente su falta de audiencia.

Son varios los hechos que podríamos señalar como factores que inciden directamente en las diferencias entre ofertas y ofertas, sin embargo, no creo que el de los recursos sea ni siquiera esencial, pues la efectividad de “unos” no siempre está dada por los recursos operativos de que disponen, ello es más la disculpa de “otros” para enmascarar una ineficacia narrativa y, algunas veces, el ardid para señalar cierta falta de apoyo institucional. En realidad no hay tales. En Colombia la mayoría de los canales que atienden la educación y la cultura (aunque por acto legislativo todos los canales deben atender tales premisas) posee el suficiente equipamiento tecnológico (en ocasiones de última generación) para el desarrollo de sus propuestas, y su recurso humano tiene el suficiente conocimiento de su manejo. Es en los procesos de gestión, en la concepción y, por supuesto, en la impertinente fiscalización de sus interventores (aquellos que “saben” lo que el televidente debe o necesita ver) donde radica el desaliño de nuestra televisión. Cada una de las partes carga con algo de la culpa, pues todas ejecutan un presupuesto que ha de ser ejecutado, pero no atienden con dinamismo los fenómenos sociales que rodean la realización de tal o cual programa de televisión. A pesar de la existencia de innumerables estudios que evidencian ciertos fenómenos de respuesta cognitiva en el espectador, atendemos a los mismos procesos “pragmáticos” para elaborar propuestas televisivas. Desencadenamos métodos que por años hemos considerado los adecuados sin haber atendido a los errores tantas veces señalados.

Es cierto que en algunos casos no sólo ya no existe el tiempo ideal para detenerse a pensar en una propuesta, además se debe contar con que se tiene menos tiempo para grabar y editar, es decir, la industria cada vez más nos hace empacar al vacío programas con serias inconsistencias en sus formatos, y que a la larga, lentamente van convirtiendo a los canales que los emiten en accidentes del zapping. Cuando estos programas se hacen reiterativos en dichas señales, el espectador llega incluso al extremo de eliminarlos de su ronda de canales. Sea una de estas las razones por las cuales el programa de entrevistas en estudio se ha hecho común y acuda a ciertos códigos clichés (como los movimientos de encuadre y foco al interior del plano de cámara) para salvar la ausencia de una coherente narrativa audiovisual al servicio de un contenido.

El asunto aquel de la defensa de ciertas propuestas como paradigmas de participación es un sofisma, ya que en muy pocas ocasiones ocurre que las mismas se desarrollen en directo y permitan la interacción con sus espectadores. Además ciertos personajes de ciertos programas se tornan resueltamente pretenciosos del conocimiento y con su actitud repelen la audiencia haciendo que ésta simplemente no considere la posibilidad de una llamada, un correo electrónico o un Chat.

El concepto del programa en vivo con aforo de público en el propio estudio, por ejemplo, es poco aprovechado en este tipo de televisión. Los programas resultan por lo tanto un “charladero” entre sujetos que parecen transmitiendo desde algún bunker decorado, (como si la era pos-atómica ya hubiera tenido lugar y los humanos interactuaran sin salir por miedo a exponerse a la lluvia ácida o a los gases de invernadero acaecidos por la misma). Cada vez se ve menos los paisajes urbanos y todavía menos los rurales, porque un gran porcentaje de los programas se hacen en estudio.

Al parecer, dicen unos, fomentan la participación y favorecen la aproximación al conocimiento por ejercer una narrativa lineal. En mi concepto “son lo que son” porque al parecer “son” la única idea que se le ocurre a la gran mayoría y eso, sin detenernos, en que es resueltamente barato hacerlos. Un ejercicio que valdría la pena atender sería acoger propuestas que, por la irremediable necesidad de hacerlos en estudio, comiencen a explorar posibilidades de todo tipo en sus construcciones narrativas. Yo propondría, por ejemplo, que atendieran a la metáfora, que narraran reconociendo en sus lenguajes los ejes sintagmáticos y paradigmáticos a partir de los cuales pudieran sugerir imágenes reconocibles por el espectador como códigos propios o comunes a su cosmogonía. Salvaríamos así la necesidad de una aparición constante de lo que se ha reconocido como “bustos parlantes” o “cabezas parlantes”, pues, como relataba anteriormente, el espectador, gracias a su multiplicación de oferta, ha comenzado a asistir a nuevos niveles estéticos que replantean el orden de su gusto por ciertas imágenes y su lectura de información, que de manera entretenida se le está suministrando a través de modelos diseñados con eficacia. No atender estos imaginarios narrativos es negar la necesidad lúdica del televidente.

También debemos prestar atención a que hemos dejado hacer carrera a ciertos “presentadores” en su necesidad de “ser” en tanto “salen” en televisión. Algunas deformadas ideas del poder llevan a ciertos individuos a creer que la televisión es un lugar propagandístico por sí mismo. Lo que estas personas están haciendo es, por el contrario, generar a su alrededor una antipatía catódica, es decir, un natural acto del televidente a repeler su aparición.

Quisiera arrojar una hipótesis de cómo funciona la semiótica de los afectos televisivos: Un realizador o productor de televisión propone un programa que comienza a ser emitido, causando una reiterada impresión en el televidente. La frecuencia constante de su propuesta al aire genera un ritmo medianamente consistente en la percepción del sujeto. El televidente reseña en su memoria aquellos tipos de imágenes/mensajes que caracterizan el programa en cuestión, (su presentador, su escenografía, sus tipos de encuadres, su sonido). Si el formato se le antoja atractivo, es decir, si existen algunos elementos y códigos que permitan un diálogo entre aquello que se le emite y su propia enciclopedia individual cognitiva al percibirlo, podrá visitarlo nuevamente; como el turista que regresa a un lugar que no sólo le ha gustado sino que lo ha acogido.

Si por el contrario, el programa se torna poco entretenido y atractivo por su formato, el televidente almacena la misma información con el fin de evitarlo en cuanto la identifique en su paseo diario. El televidente entonces ha vuelto irrelevante el proyecto.

Algo delicado en este aspecto es que, ciertos espacios, por años, han sido objeto de análisis por parte de investigadores recopiladores de diagnósticos, sin embargo, de manera preocupante, cada nueva propuesta no acude a la reelaboración y revisión constante de su entorno y en especial de los resultados arrojados por dichas lecturas investigativas, cometiendo con ello el error de creer que si existen aquellos tipos de programas (que continúan al aire) con ciertas tipologías de formato es a razón de la social aceptación de que hacen lo correcto; lo que se debe hacer. ¿Para qué hablar entonces de la bondad de los estudios de percepción si los mismos no son usados como herramientas?

Si los mismos continúan al aire, haciendo que otros multipliquen los errores que rodean el desaprovechamiento del dispositivo televisivo, no es por la masiva audiencia, es por la indiferente y paquidérmica institucionalidad que los produce, la misma que por su ignorancia del potencial semiótico de la televisión, se hace permeable a discursos sofistas de todo tipo que le otorgan aforismos absurdos sobre pertinencias sociales y resultados suspicaces sobre números resonantes, que a la larga, carecen de lógicas cuantificables.

Replicamos pues, en ocasiones sin proponérnoslo, el mismo tipo de programa que el espectador evitará, aparentemente (sólo me permito especular a partir de mis propios intereses como televidente) por la relación de coexistencia sustancial; dicho de otro modo: cierto tipo de programa, poco atractivo, hará que otro con dinámicas similares (mismos encuadres, mismas planimetrías, mismas faltas de distancia focal, mismos modos de dialogarle al espectador) ni siquiera sea tenido en cuenta. Esa coexistencia que traslada imaginarios (formatos para unos, como dije con anterioridad) es un natural devenir de comportamiento cuando hacemos uso de nuestro necesario momento de ocio improductivo. Cuando no atendemos la evaluación consistente de los antecedentes televisivos, la tendencia obvia es a repetir sus errores. El resultado, programas que sólo ven profesores universitarios y alumnos inducidos a verlos.

Lo más delicado del asunto sería que en algunos casos se debe terminar la serie entera en atención del presupuesto que se ha ejecutado para la misma. Es decir, poco importa si se ve o no, pues, supuestamente, el televidente debe ver esa televisión porque es la buena, o como dice la Comisión Nacional de Televisión, CNTV, la pensada, la que debe ser “bien vista” y la que “queremos ver”. Es puesta como una alternativa más, en tanto sus televidentes (los que ya tiene) son alternativos. Es allí donde debemos hablar de la irrelevancia.

Resulta que la CNTV y algunos expertos en televisión defienden ciertos formatos porque consideran que algunos televidentes los ven y que esos algunos televidentes están evidenciando el argumento de que debemos trabajar más por la cultura y la educación. Sin embargo, siendo improcedentes con el discurso, el efecto es que se fomenta la elaboración de más televisión sin estructura formal precisa, negando la otra oferta, sin preguntarse, de paso, por qué el televidente asiste a ella. Simplemente se han puesto en la tarea de privilegiar los discursos que distinguen a un televidente de otro. No asumen la tarea de invitar a tomar el camino (caminando con el televidente) sólo lo indican sin importarle el consumo que de él hagan, pues ya una minoría elitaria[7] lo recorre y eso le basta para mostrarlo como indicador final de su supuesta eficiencia.

La triste realidad es que nuestro contexto cultural es precario y no estamos valorando las circunstancias que alejan al televidente de la educación en las pantallas, pues tal parece que no nos importa. Basta con que unos pocos asistan a las emisiones de ciertas propuestas para que sean validas. Eso es lo que la docente e investigadora de audiencias Alejandra Castaño ha llamado La segregación del público usando el sofisma de la Segmentación de Audiencias. Lo grave de la situación es que el colombiano no conoce la normatividad que obliga al Estado para que la televisión sea dirigida todos en todo su sentido[8].

En realidad, todo lo anterior, y lo que antes he dicho, es bien conocido por todos, sólo que no nos importa porque tenemos más canales. Al colombiano promedio jamás le ha interesado lo que se hace con sus impuestos en la televisión si puede ver Discovery, Sony, Warner, FOX sports o, en el mejor de los casos, HBO.

Caminar con el televidente jamás deberá ser entendido como el intento de formar en él una “conciencia” o “mirada crítica” a partir de los mismos sofismas. Como lo insinué atrás, ha hecho carrera en nuestro país la escuela de inscribirse a lo que no es demostrable por la sencilla razón de ser eternamente discutible desde la sociología y no atender a la lógica matemática que debería regir la adecuada medición de un impacto.

En Colombia tratamos de perpetuar una idea deformada de “lo bueno” porque sabemos que el televidente no es activo. Tratamos de ejercer un sometimiento blando de su razón porque sabemos que es políticamente correcto. Le hacemos una constante invitación a inscribirse en el status quo institucional porque sabemos que se rige por normas.

La irrelevancia de la CNTV y algunos expertos es a todo nivel un despilfarro de recursos[9], pues ha sido absurda la creación de discursos que no le hacen frente a la disminución de los televidentes de canales determinados (subsidiados por los colombianos y producidos institucionalmente bajo el sofisma de “públicos”).

Sin entender que el dispositivo televisivo es por sí solo un invento inacabado y en constante evolución, ya no enseñamos a pensar la televisión sino a hacerla bajo dogmas establecidos que no hacen justicia a las expectativas del televidente. La consecuencia directa de ello es la formación de profesionales con conocimientos sociales en superficie, y cuya única respuesta a la paradoja creativa es la de fundar espacios alternativos intuidos desde sus propias valoraciones estéticas y emocionales, o dicho de otra manera, desde sus propios gustos como televidentes. Debemos entonces empezar a educar los productores (directores, realizadores, creativos, investigadores), pues no es en la simple replica de imaginarios exitosos, pertenecientes a otros entornos, que se elabora una eficaz propuesta televisiva.

Tampoco es en la enseñanza de los televidentes a distinguir televisiones “buenas” de televisiones “malas”, es falto de ética indicarle al televidente, a partir de discursos, ciertas bondades, por demás sospechosas, de productos televisivos que no lo acogen desde códigos de representación universales, para que simplemente repita un discurso inconexo de sus verdaderos hábitos de consumo. Debemos empezar por educarnos todos, productores y espectadores, en una verdadera interacción para hallar no las bondades sino las eficacias de los mensajes televisivos. Tendremos que hablar en nuestra próxima entrega de la educación y, por supuesto, del Edu-Entretenimiento televisivo.

[1] RUIZ Cuartas, Sergio. En revista Comunicación número 15 de la Universidad Pontificia Bolivariana. 1992

[2] En 1999 la audiencia de la Televisión pública, según fuentes del EGM, era del 84,3% cayendo al 29,9% en 2005. Revista Gerente, febrero de 2006. “La Guerra del Rating”

[3] RUIZ Cuartas, Sergio. Op. Cit.

[4] FUENZALIDA, Valerio (2000). La televisión pública en América Latina.

[5] IGARTÚA, Juan José y BADILLO, Ángel. Compiladores. Audiencias y Medios de Comunicación. Ediciones Universidad de Salamanca. España, 2003.

[6] Contenido Básico de la Ley Integral de Televisión, CNTV. Artículo 21, inciso A de la ley 182 de 1995, sobre la clasificación del servicio en función de la orientación general de la programación. Bogotá, 2002.

[7] FUENZALIDA, Valerio. La televisión pública en América Latina. Fondo de Cultura Económica, Santiago de Chile, Chile. 2000. Pag 31

[8] En el Artículo 365 de la Constitución Nacional de Colombia se afirma que: “Los servicios públicos son inherentes a la finalidad social del Estado. Es deber del Estado asegurar su prestación eficiente a todos los habitantes del territorio nacional….”

En el Artículo 1 sobre la naturaleza jurídica, técnica y cultural de la televisión, de la ley 182 de 1995, se afirma que “ La televisión es un servicio público sujeto a la titularidad, reserva, control y regulación del Estado, cuya prestación corresponderá, mediante concesión, a las entidades públicas a que se refiere esta ley, a los particulares y comunidades organizadas, en los términos del artículo 365 de la Constitución Política”.

[9] Basta ver los pasados foros sobre la Televisión Digital Terrestre para entender que aun en los auditorios los discursos se hacen ineficientes: aun sin haber establecido por aquellos días la norma, ya hablaban de las posibilidades de negocio y una mejor televisión…mejor televisión que el Estado no estará ni medianamente en capacidad de producir, pues la implementación del sistema implicará una multiplicación de la información que los canales de interés público, social, educativo y cultural no poseen, sólo los comerciales privados; el problema será de formatos y contenidos y no de implementación tecnológica.

sábado, 28 de junio de 2008

Ponencia: Ética en los estudios sobre televisión de interés público en Medellín




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Ética en los estudios de Recepción televisiva.


Parecería
ser que hacemos una muy buena televisión de interés público, social, educativo y cultural. Pero Parecería que no es consumida masivamente. Aunque, Parecería que no importa.



Atendiendo a la convocatoria del Cuarto Congreso de Investigación Cualitativa de la Universidad de Illinois, nuestra ponencia Ética en los estudios sobre Televisión de Interés Público Social Educativo y Cultural en Medellín, fue seleccionada para participar del mismo. A pocos días de nuestro viaje a Estados Unidos han surgido voces inquietas con respecto al alcance de nuestros proyectos de investigación y, en especial, al contenido de los mismos. Así que hemos decidido esbozar una breve cartografía que le permitirá, en las siguientes líneas, aproximarse a nuestras dinámicas de trabajo, sus motivaciones y el objeto de las mismas.
Como lo hemos dicho con anterioridad, somos un grupo interdisciplinario que busca consenso frente al uso razonable del medio televisivo y sus mediaciones. Nuestra formación en Comunicación Social/Periodismo y Artes Plásticas/Medios de Representación, nos ha permitido una comunión de conceptos que iniciaron por zanjar la rancia discusión de ¿Qué es más importante, la Forma o el Contenido?; la conclusión a la que llegamos por aquel entonces, mediada (el maniqueo de la palabra nos es usual y familiar) por el ejercicio dialéctico de cruzar los argumentos retóricos, (un tanto atrofiados por la academia), de un discurso y otro, fue: Lo importante en realidad es el equilibrio mesurado en aras de favorecer la participación cognitiva del otro.
Desde entonces a ese “otro” lo hemos llamado televidente. Y desde entonces, cada año tratamos de hacer mayor precisión utilizando palabras como Relevancia, Pertinencia, Eficiencia, Calidad, para definir su relación con tan maravilloso dispositivo.
Con lo anterior, hemos ido demostrando, o intentando demostrar, que la lógica de algunas cifras permiten concluir que otros discursos frente al deber ser del medio televisivo, más que retóricos, son sofistas y, medianamente sofisticados, pues, en Colombia, presuponemos lo aceptado, es decir, el colombiano desprevenido siempre responderá de una forma socialmente apropiada y políticamente correcta con respecto a su percepción de la Televisión de Interés Público, Social, Educativo y Cultural.
En otras palabras, si alguien (colombiano) pregunta a un conocido cercano (colombiano):
-“¿cómo te parece Señal Colombia?”, y de paso, le levanta una ceja en clara señal de erudición, (el ejercicio es complementado con mano en la barbilla y el codo correspondiente apoyado en la mano restante), probablemente la respuesta sea:
-“¡Buenísimo!”.
Ahora, supongamos que la misma pregunta se desarrolla con sutiles cambios:
-“¿Cómo te pareció el programa de anoche a eso de las diez en Señal Colombia?”
La respuesta probablemente se resuelva en otro sentido, pues el enunciado ha sufrido una variación y ahora se le está preguntando por su consumo (no nos detendremos más para discutir con otros sus arcaicos prejuicios sobre la palabra por no saber leer, o aplicar mal, las lecturas que hacen de un concepto) uso, y/o utilidad, en aras de encontrar la gratificación de un vínculo de representación y correspondencia.
Hasta ahora, se pensaría que aún no hemos dicho nada, entonces lo pondremos de esta manera: Parecería ser que hacemos una muy buena televisión de interés público, social, educativo y cultural. Pero Parecería que no es consumida masivamente. Aunque, Parecería que no importa.
Es en el último punto sobre el que en ocasiones hacemos especial hincapié, pues a pesar de evidencias que demuestran la poca demanda de los contenidos de aquella televisión que subsidiamos con los impuestos, no se establecen mejoras significativas para hacerle frente a todas las variables que inciden en la merma paulatina (aunque sostenida) de sus televidentes, lo cual, a nuestro juicio, redundará en la futura y dolorosamente necesaria desaparición de algunos canales. Lo que no quisiéramos imaginar es que, cuando tal evento llegué a ocurrir, se le endose la culpa al televidente. En otras palabras, lo que no queremos presenciar es que el día que X canal cierre de manera definitiva su emisión, se diga que la razón es que el televidente colombiano es bruto.
Volvamos entonces a nuestros personajes ficticios (cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia) que saben que existe un canal llamado Señal Colombia y que a veces lo ven. Supongamos que el más asiduo a la emisión de dicho canal le dice al otro:
-“¿Qué tal la entrevista tan bien lograda que le hicieron a Germán Londoño? Esa explicación que hizo de los fantasmas que habitan sus pinturas, del por qué del color y la yuxtaposición de sus formas antropomórficas fue algo definitivo para leer a Colombia en contemporaneidad. O, ¿Vos qué opinas?”
Supongamos que el otro personaje atendió con altura y diligencia el comentario pero es un colombiano de los escasos, es decir, es honesto, y responde:
-“Hombre mira que yo ayer estaba con Daniela haciendo las tareas y ella estaba era viendo Patito Feo. Ayer Matías se besó con Patito. Antonella se enteró y se armó la grande, porque Josefina, la hermana de Matías y mejor amiga de Patito, trató de defenderla de Antonella.”
Como verán, el vínculo entre los dos sujetos se ha roto. En el intrincado mundo de los códigos que los podrían representar para inscribirse a un grupo social determinado, no hay un solo bloque semántico que los haga hablar del mismo modo y en el mismo lenguaje, pues los dos atendieron a dos narrativas distintas.
Según las indicaciones de la Comisión Nacional de Televisión, el primero de nuestros personajes sería inteligente y el otro sería bruto. Jamás atenderemos tal sugerencia, pues como siempre lo hemos dicho, una cosa es Segmentar la audiencia y otra es Segregar al público. Simplemente cada uno de ellos atendió a sus propias valoraciones estéticas y emocionales, lúdicas y afectivas. Cada uno fue televidente desde lo que la televisión le ofreció para un particular momento. Ninguna circunstancia hizo mejor individuo a uno por encima del otro.
Nuestras preguntas, para los expertos de la televisión colombiana, casi todos agarrados y agazapados como rémoras al estado [al volver a analizar todos los componentes del mensaje del comercial donde se pone en escena un concurso que busca determinar qué grupo familiar es mejor a partir de lo que ven en Televisión {Ver el post sobre Televidentes Brutos vs. Televidentes Inteligentes de este mismo Blog}], son:
¿De qué se sirven para determinar que la cruzada es Por una televisión bien vista? ¿De qué echan mano para definir cuál es La televisión que queremos ver? ¿Qué es calidad?, ¿Qué es una televisión con contenido?, ¿Acaso hay mensajes sin contenidos o están siendo meramente peyorativos? ¿Por qué en un país repleto al hartazgo de polarizaciones han llamado a una segregación más al decir televidente bruto y televidente inteligente?
Si nos permiten, nosotros lanzaremos nuestras hipotéticas respuestas:

. Primero: Les encanta (o sólo saben hacer eso) intuir o adivinar el otro, es decir pensar por y no en el televidente. Arrojan ciertos aforismos y paráfrasis de otros “expertos” para indicar el deber ser de un ciudadano que poco o nada entiende de su razón de ser en la “polis” contemporánea. Al televidente colombiano lo conocemos cada vez menos. A pesar, eso sí, de que ellos mismos (expertos interventores) son televidentes y ven (fiscalizan) aquellos programas que dicen se deben hacer sólo por la nimiedad de ver que cumplen con lo que ellos sugirieron (ordenaron) a partir, obviamente, de un gusto personal algo dislocado, pues dicen que se deben hacer programas de una forma y son televidentes rutinarios de otras.
. Segundo: Ciertos estudios que pretenden cierta etnometodología por parte de ciertos profesionales sociales, (expertos en arrojar artículos pero no resultados obvios), no son más que charlatanería que promueve una discusión que será eternamente “discutible” sobre el asunto de la percepción. El problema en nuestra televisión es que aquello tan bueno, sofisticado, educativo y cultural es obviamente para unos muy pocos, o “minoría elitaria” como afirma Valerio Fuenzalida.
. Tercero: Una vez se ponen de moda o bien en la palestra de la utilidad los estudios de percepción, estos son usados como argumentos para validar el resto del discurso en aras de algo para lo cual no fueron diseñados: El Consumo. Siempre nos parecerá algo suspicaz poner a cinco (5) o seis (6) televidentes a ver un (1) programa o dos (2), preguntarles cosas con respecto a él y sacar conclusiones de esas observaciones sobre la utilidad de la serie completa para la sociedad. Claro, por resonancia acústica de la memoria siempre nos sonará bonito Televisión educativa y cultural. Como lo dijimos al comienzo nadie dirá nada diferente para no parecer bruto, porque, aunque no está bien, el sofisma ha cumplido su función y la CNTV y sus adeptos han logrado que el discurso sea replicado por todos.
.Cuarto: Todos los resultados obvios sobre la bondad de nuestra Televisión de Interés Público, Social, Educativo y Cultural (el servicio público que pagamos con los impuestos aunque no lo usemos) han tomado un giro inesperado: Están al auxilio de un discurso para demostrar cierta relevancia y pertinencia que desde la lógica matemática no existe.
.Quinto: En Colombia no partimos de diseños de factibilidad en la ejecución de los presupuestos asignados para la Televisión de Interés Público, Social, Educativo y Cultural. En nuestro país hemos aceptado manifiestamente que el impacto en ella se mide a-posteriori, es decir, una vez la serie completa de programas salieron al aire. Así, el gasto público casi se duplica, pues no sólo se ejecutó el presupuesto de un programa de televisión sin uso real, sino que además se pagó por un estudio que determinó en el informe final su supuesta eficacia; de esta forma, es imposible evitar que se repita un ciclo repleto de clientelismo y burocracia, pero sobre todo, carente de visión con el visionado (o pensado por expertos que supuestamente conocen las dinámicas del televidente). Al parecer los estudios, o bien no observan premisas de eficiencia real, o bien no son observados para futuras realizaciones, o bien no son de uso público como herramientas para determinar los errores cometidos en el pasado, pues la evidencia nos da a entender con claridad que no hay un avance significativo.
Este último punto fue de especial motivación para nuestra actual investigación
2012: Prospectivas de la Televisión de Interés Público de producción local en Medellín, la cual busca arrojar los escenarios futuros de una televisión que cuenta con su contexto y su entorno.

Cualquier investigador, desde el principio indiscutible de su presuntuosa creencia de “esto o aquello que señalo es de vital importancia” dirá que la suya es la tesis más importante; no nos declaramos exentos de tan peculiar cliché, pero en aras del estado de la industria, atendiendo a la necesidad de llamar la atención sobre discursos insubstanciales en ella y, sobre todo, previendo la instalación de la Televisión Digital Terrestre en Colombia, El Cajón Te Ve se interesa porque el ciudadano (sin maniqueos) no sea asaltado en su buena fe por efecto del propagandismo institucional, pues es una total falta a la Ética. Eso es lo que hacemos.



viernes, 27 de junio de 2008

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sábado, 12 de abril de 2008

Ética en los estudios de Recepción televisiva.

Parecería ser que hacemos una muy buena televisión de interés público, social, educativo y cultural. Pero Parecería que no es consumida masivamente. Aunque, Parecería que no importa.



Atendiendo a la convocatoria del Cuarto Congreso de Investigación Cualitativa de la Universidad de Illinois, nuestra ponencia Ética en los estudios sobre Televisión de Interés Público Social Educativo y Cultural en Medellín, fue seleccionada para participar del mismo. A pocos días de nuestro viaje a Estados Unidos han surgido voces inquietas con respecto al alcance de nuestros proyectos de investigación y, en especial, al contenido de los mismos. Así que hemos decidido esbozar una breve cartografía que le permitirá, en las siguientes líneas, aproximarse a nuestras dinámicas de trabajo, sus motivaciones y el objeto de las mismas.
Como lo hemos dicho con anterioridad, somos un grupo interdisciplinario que busca consenso frente al uso razonable del medio televisivo y sus mediaciones. Nuestra formación en Comunicación Social/Periodismo y Artes Plásticas/Medios de Representación, nos ha permitido una comunión de conceptos que iniciaron por zanjar la rancia discusión de ¿Qué es más importante, la Forma o el Contenido?; la conclusión a la que llegamos por aquel entonces, mediada (el maniqueo de la palabra nos es usual y familiar) por el ejercicio dialéctico de cruzar los argumentos retóricos, (un tanto atrofiados por la academia), de un discurso y otro, fue: Lo importante en realidad es el equilibrio mesurado en aras de favorecer la participación cognitiva del otro.
Desde entonces a ese “otro” lo hemos llamado televidente. Y desde entonces, cada año tratamos de hacer mayor precisión utilizando palabras como Relevancia, Pertinencia, Eficiencia, Calidad, para definir su relación con tan maravilloso dispositivo.
Con lo anterior, hemos ido demostrando, o intentando demostrar, que la lógica de algunas cifras permiten concluir que otros discursos frente al deber ser del medio televisivo, más que retóricos, son sofistas y, medianamente sofisticados, pues, en Colombia, presuponemos lo aceptado, es decir, el colombiano desprevenido siempre responderá de una forma socialmente apropiada y políticamente correcta con respecto a su percepción de la Televisión de Interés Público, Social, Educativo y Cultural.
En otras palabras, si alguien (colombiano) pregunta a un conocido cercano (colombiano):
-“¿cómo te parece Señal Colombia?”, y de paso, le levanta una ceja en clara señal de erudición, (el ejercicio es complementado con mano en la barbilla y el codo correspondiente apoyado en la mano restante), probablemente la respuesta sea:
-“¡Buenísimo!”.
Ahora, supongamos que la misma pregunta se desarrolla con sutiles cambios:
-“¿Cómo te pareció el programa de anoche a eso de las diez en Señal Colombia?”
La respuesta probablemente se resuelva en otro sentido, pues el enunciado ha sufrido una variación y ahora se le está preguntando por su consumo (no nos detendremos más para discutir con otros sus arcaicos prejuicios sobre la palabra por no saber leer, o aplicar mal, las lecturas que hacen de un concepto) uso, y/o utilidad, en aras de encontrar la gratificación de un vínculo de representación y correspondencia.
Hasta ahora, se pensaría que aún no hemos dicho nada, entonces lo pondremos de esta manera: Parecería ser que hacemos una muy buena televisión de interés público, social, educativo y cultural. Pero Parecería que no es consumida masivamente. Aunque, Parecería que no importa.
Es en el último punto sobre el que en ocasiones hacemos especial hincapié, pues a pesar de evidencias que demuestran la poca demanda de los contenidos de aquella televisión que subsidiamos con los impuestos, no se establecen mejoras significativas para hacerle frente a todas las variables que inciden en la merma paulatina (aunque sostenida) de sus televidentes, lo cual, a nuestro juicio, redundará en la futura y dolorosamente necesaria desaparición de algunos canales. Lo que no quisiéramos imaginar es que, cuando tal evento llegué a ocurrir, se le endose la culpa al televidente. En otras palabras, lo que no queremos presenciar es que el día que X canal cierre de manera definitiva su emisión, se diga que la razón es que el televidente colombiano es bruto.
Volvamos entonces a nuestros personajes ficticios (cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia) que saben que existe un canal llamado Señal Colombia y que a veces lo ven. Supongamos que el más asiduo a la emisión de dicho canal le dice al otro:
-“¿Qué tal la entrevista tan bien lograda que le hicieron a Germán Londoño? Esa explicación que hizo de los fantasmas que habitan sus pinturas, del por qué del color y la yuxtaposición de sus formas antropomórficas fue algo definitivo para leer a Colombia en contemporaneidad. O, ¿Vos qué opinas?”
Supongamos que el otro personaje atendió con altura y diligencia el comentario pero es un colombiano de los escasos, es decir, es honesto, y responde:
-“Hombre mira que yo ayer estaba con Daniela haciendo las tareas y ella estaba era viendo Patito Feo. Ayer Matías se besó con Patito. Antonella se enteró y se armó la grande, porque Josefina, la hermana de Matías y mejor amiga de Patito, trató de defenderla de Antonella.”
Como verán, el vínculo entre los dos sujetos se ha roto. En el intrincado mundo de los códigos que los podrían representar para inscribirse a un grupo social determinado, no hay un solo bloque semántico que los haga hablar del mismo modo y en el mismo lenguaje, pues los dos atendieron a dos narrativas distintas.
Según las indicaciones de la Comisión Nacional de Televisión, el primero de nuestros personajes sería inteligente y el otro sería bruto. Jamás atenderemos tal sugerencia, pues como siempre lo hemos dicho, una cosa es Segmentar la audiencia y otra es Segregar al público. Simplemente cada uno de ellos atendió a sus propias valoraciones estéticas y emocionales, lúdicas y afectivas. Cada uno fue televidente desde lo que la televisión le ofreció para un particular momento. Ninguna circunstancia hizo mejor individuo a uno por encima del otro.
Nuestras preguntas, para los expertos de la televisión colombiana, casi todos agarrados y agazapados como rémoras al estado [al volver a analizar todos los componentes del mensaje del comercial donde se pone en escena un concurso que busca determinar qué grupo familiar es mejor a partir de lo que ven en Televisión {Ver el post sobre Televidentes Brutos vs. Televidentes Inteligentes de este mismo Blog}], son:
¿De qué se sirven para determinar que la cruzada es Por una televisión bien vista? ¿De qué echan mano para definir cuál es La televisión que queremos ver? ¿Qué es calidad?, ¿Qué es una televisión con contenido?, ¿Acaso hay mensajes sin contenidos o están siendo meramente peyorativos? ¿Por qué en un país repleto al hartazgo de polarizaciones han llamado a una segregación más al decir televidente bruto y televidente inteligente?
Si nos permiten, nosotros lanzaremos nuestras hipotéticas respuestas:

. Primero: Les encanta (o sólo saben hacer eso) intuir o adivinar el otro, es decir pensar por y no en el televidente. Arrojan ciertos aforismos y paráfrasis de otros “expertos” para indicar el deber ser de un ciudadano que poco o nada entiende de su razón de ser en la “polis” contemporánea. Al televidente colombiano lo conocemos cada vez menos. A pesar, eso sí, de que ellos mismos (expertos interventores) son televidentes y ven (fiscalizan) aquellos programas que dicen se deben hacer sólo por la nimiedad de ver que cumplen con lo que ellos sugirieron (ordenaron) a partir, obviamente, de un gusto personal algo dislocado, pues dicen que se deben hacer programas de una forma y son televidentes rutinarios de otras.
. Segundo: Ciertos estudios que pretenden cierta etnometodología por parte de ciertos profesionales sociales, (expertos en arrojar artículos pero no resultados obvios), no son más que charlatanería que promueve una discusión que será eternamente “discutible” sobre el asunto de la percepción. El problema en nuestra televisión es que aquello tan bueno, sofisticado, educativo y cultural es obviamente para unos muy pocos, o “minoría elitaria” como afirma Valerio Fuenzalida.
. Tercero: Una vez se ponen de moda o bien en la palestra de la utilidad los estudios de percepción, estos son usados como argumentos para validar el resto del discurso en aras de algo para lo cual no fueron diseñados: El Consumo. Siempre nos parecerá algo suspicaz poner a cinco (5) o seis (6) televidentes a ver un (1) programa o dos (2), preguntarles cosas con respecto a él y sacar conclusiones de esas observaciones sobre la utilidad de la serie completa para la sociedad. Claro, por resonancia acústica de la memoria siempre nos sonará bonito Televisión educativa y cultural. Como lo dijimos al comienzo nadie dirá nada diferente para no parecer bruto, porque, aunque no está bien, el sofisma ha cumplido su función y la CNTV y sus adeptos han logrado que el discurso sea replicado por todos.
.Cuarto: Todos los resultados obvios sobre la bondad de nuestra Televisión de Interés Público, Social, Educativo y Cultural (el servicio público que pagamos con los impuestos aunque no lo usemos) han tomado un giro inesperado: Están al auxilio de un discurso para demostrar cierta relevancia y pertinencia que desde la lógica matemática no existe.
.Quinto: En Colombia no partimos de diseños de factibilidad en la ejecución de los presupuestos asignados para la Televisión de Interés Público, Social, Educativo y Cultural. En nuestro país hemos aceptado manifiestamente que el impacto en ella se mide a-posteriori, es decir, una vez la serie completa de programas salieron al aire. Así, el gasto público casi se duplica, pues no sólo se ejecutó el presupuesto de un programa de televisión sin uso real, sino que además se pagó por un estudio que determinó en el informe final su supuesta eficacia; de esta forma, es imposible evitar que se repita un ciclo repleto de clientelismo y burocracia, pero sobre todo, carente de visión con el visionado (o pensado por expertos que supuestamente conocen las dinámicas del televidente). Al parecer los estudios, o bien no observan premisas de eficiencia real, o bien no son observados para futuras realizaciones, o bien no son de uso público como herramientas para determinar los errores cometidos en el pasado, pues la evidencia nos da a entender con claridad que no hay un avance significativo.
Este último punto fue de especial motivación para nuestra actual investigación
2012: Prospectivas de la Televisión de Interés Público de producción local en Medellín, la cual busca arrojar los escenarios futuros de una televisión que cuenta con su contexto y su entorno.

Cualquier investigador, desde el principio indiscutible de su presuntuosa creencia de “esto o aquello que señalo es de vital importancia” dirá que la suya es la tesis más importante; no nos declaramos exentos de tan peculiar cliché, pero en aras del estado de la industria, atendiendo a la necesidad de llamar la atención sobre discursos insubstanciales en ella y, sobre todo, previendo la instalación de la Televisión Digital Terrestre en Colombia, El Cajón Te Ve se interesa porque el ciudadano (sin maniqueos) no sea asaltado en su buena fe por efecto del propagandismo institucional, pues es una total falta a la Ética. Eso es lo que hacemos.

martes, 18 de marzo de 2008

La Guerra y la Paz Televisadas

Por

Mauricio Velásquez

Columnas como esta son un ejercicio profético; a veces se teclean con sesenta días de anterioridad y deben resonar sin rezagos, con el rótulo implícito de la actualidad. Esa es la principal razón por la que fallé en mi intuición el pasado mes de febrero: Creí que la marea bajaría y que Clara y su hijo serían un apartado más de la epopeya que nos dibujaba la tele. Por eso callé con respecto a ciertos discursos; quise por omisión restar ecos indolentes. Pero ahora que algunos paisanos le han intentado pegar a Piedad, ahora que algunos le gritan hijuetantas a Chávez, ahora que algunos defienden al corajudo Uribe, ahora que algunos han marchado en contra de algo sin saber (acaso) que con su acción tampoco están en favor de la paz, ahora que algunos defienden el tricolor en una camiseta muy fashion y que nos volvemos, más y más, una efervescente muchedumbre, quiero hacer un llamado a la mesura y a la censura. (Ahora sé que no estoy solo en el clamor por la sensatez y la prudencia). Escribo con el convencimiento de que algunos canales de televisión en el país están cruzando una delgada línea: No están generando opinión sino un lento sometimiento de la conciencia. Sí, en Colombia estamos en guerra, pero un alto porcentaje del país la vive en diferido.

No obra mal aquel que llevado por sus principios siente que con su presencia en las calles, cantando el himno nacional, puede reclamarle a los violentos. No obra mal aquel que se une al clamor general en contra de la infamia del secuestro y la barbarie de la desaparición. No obra mal aquel que con la sonrisa amputada de su vida dice no más. Obra mal el medio que está conduciendo al pueblo y no al hombre.

Ver aquellos millones de colombianos caminando con su blanco inmaculado y sus gafas de sol, hace pensar en los otros colombianos, los que marchan no por lo que le dicen los medios sino porque hay que marcharse, los que caminan no para exigir respeto por la vida sino para exigirse por su propia vida.

No es tiempo de polemizar sobre la razón social que rige los mensajes de nuestra televisión, pero lo anticipo, porque el periodismo en ella se ha vuelto, cada vez más, un asunto de superficie, una industria de paquetes informativos sobre cualquier pronunciamiento o cualquier mueca que pueda generar zozobra y terror. Sí, el flash de último minuto genera morbo y el morbo se vende, incluso en forma de ring tone.

Los amigos del Facebook convocaron la marcha, pero la participación activa de los noticieros en ella me hace sospechar, porque son sólo ellos los que por ahora editan la historia del país. El 4 de febrero no sentí fervor patrio, sentí miedo de que la guerra se desparrame en Colombia sin haber acabado de recoger sus muertos. Ya habrá tiempo de digerir la nueva caminata.




Publicado en opinión, www.lahoja.com.co




La guerra y la paz televisadas (II)

La sugerencia de los gestos y los improperios lanzados por los personajes avisan un conflicto. Todos esperan que se emita un juicio, nadie espera que se sepa la verdad. Todos dicen conocerla.

Expectantes, los televidentes vemos un capítulo más. Asistimos a una cumbre con transmisión en directo por varios canales de televisión. La cobertura es inédita. Casi una semana después de la muerte de un guerrillero de alto rango, el país se enfrenta al sermón exigido por el yerro cometido. No hay pausa comercial.

Rafael, el ofendido, ha hablado. Álvaro, el agresor, se ha defendido y lo ha llamado colaborador de agresores peores. Los demás, incluyendo la mujer presidente con déficit petrolífero en su país, y el presidente que quiere pescar en mares revueltos, han llamado al “análisis” de los “argumentos”.

La siguiente escena es la esperada de la trama: El actor antagónico, el políticamente incorrecto, el que ha enviado diez batallones a la frontera, hará sus comentarios. Hay un corrientazo eléctrico en el ambiente que por momentos incluso afecta su micrófono. Todos esperan que se encienda la mecha y estalle el polvorín. Pero el guión ha sufrido un giro. Su tono es pausado y austero de querellas, su flash back de anécdotas arranca risas y aplausos. Su actitud es tan conciliadora, que sólo hace falta el cliché de la fanfarria que acompañe el final de la trama.

De pronto, Álvaro ha pedido unos minutos más y la tensión vuelve; el dueño de la casona, donde se encuentran los personajes, entiende que es el momento de llamar al abrazo para que la pelotera no empiece en su lindero. Todos aprueban la moción y se paran en busca de un gesto de tranquilidad. La guerra ha sido detenida. Los cables envían los últimos comentarios y los noticieros se han quedado sin noticia.

En el aire, ha quedado una frase de Uribe sin mucha resonancia: “…su verdad no es completa; aquí se ha dicho la mitad de lo que se ha dicho en los medios.”

Tiene toda la razón.

Desde aquel primer día de marzo, los medios noticiosos, en especial los de la televisión, le han dado un motivo a sus críticos: ¡No están informando hechos, están produciendo noticias! No existe en ellos la formación de opinión, tampoco el principio de una duda razonable, sólo una actitud mercantil alrededor de un espectáculo. La actitud belicista que se lee en la semiótica de su información hace pensar que esperan la guerra, que en su afán de captar la atención, urgen de ella. “…su verdad no es completa, aquí se ha dicho la mitad de lo que se ha dicho en los medios.”

En una frase de alcance premeditado en las actas diplomáticas, Uribe ha buscado llamar a la cordura, sin embargo, su eco debe ir más allá, pues dejó a los medios noticiosos como burdos replicadores de bochinches. Como para analizar en las academias, afortunadamente a tiempo estamos con los estudiantes. Lástima que no sea el mismo tiempo de El Tiempo y RCN, pues redactar una información a partir de una fotografía que parte de un supuesto no verificado es como para reírse un rato de las “colombianadas” que hacemos.

Son momentos como estos los que le dan una nuevo realce al asunto aquel de la pena ajena.

domingo, 2 de marzo de 2008

Televidentes brutos Vs. Televidentes inteligentes

La desinteligencia de la Comisión Nacional de Televisión

Poner en una balanza lo bueno y lo malo. Eso es lo que la “avisada” Comisión Nacional de Televisión está proponiendo en Colombia.

El actor Alberto Valdiri representa un presentador de programa de concurso que indica quiénes pierden y quiénes ganan: Señala cuál es el tipo de televidentes iletrados (brutos), por ver cierto tipo de televisión, y señala cuál es el tipo de televidentes letrados (inteligentes), por ver cierto tipo de televisión. Los concursantes ganadores se abrazan en el triunfo y se vanaglorian de ver la televisión inteligente. Los otros, los perdedores se preguntan por qué han perdido. La misma pregunta nos hacemos en El Cajón Te Ve.

El comercial es bien facturado, bien fotografiado, bien construido y el mensaje es bien contundente: Existen televidentes brutos y televidentes inteligentes. La lectura no puede hacerse de otra forma porque así funciona el imaginario de la audiencia, como dice Rejane Markman.

El panorama es desolador. Si la CNTV envía un mensaje de este tipo está generando en el país una segregación más, no una segmentación de la audiencia para su televisión, como suelen decir para lavar las manos de su inoperancia. De verdad nos preguntamos ¿no habrá alguien en la Comisión que revise los alcances que tiene un mensaje de este tipo en el imaginario de las audiencias? (debemos volver a parafrasear a Markman) ¿dónde están aquellos que piensan al televidente no como una masa amorfa sino como el digno recipiente de un mensaje?

Si esta ha sido la manera, poco ortodoxa por demás, de apelar al televidente para indicarle que vuelva sus ojos a la televisión de Interés público, social educativo y cultural, definitivamente el discurso se ha agotado. Decir que la televisión inteligente que proponen es la buena, y que la “otra” televisión es la mala, genera una inmoralidad y una falta de respeto exagerada a los criterios de calidad que asisten al espectador . La enciclopedia cultural que maneja el imaginario colectivo de los colombianos es deficiente, lo sabemos, pero los modelos de discursos que propenden generar una supuesta reflexión lo son aun más. Si el televidente no asiste a la programación de Señal Colombia, por citar sólo un ejemplo, no es debido a la inmersión en una sociedad de consumo por parte de los lectores, no es por ser “comunes y corrientes”, no es por no poseer un mínimo asomo de criterio en la selección de su oferta televisiva: Es porque la televisión inteligente es tan ineficiente que ni siquiera le alcanza para dilucidar los códigos que en la actualidad representan a cada televidente. Hay que preguntarse por qué el televidente está viendo la "otra" televisión. Sea cual sea.

La repuesta de la CNTV no podría ser peor: intenta someter la conciencia de los colombianos diciéndoles que llame “brutos” a otros colombianos. Necesita persuadir al pueblo de que no son tan malos sus programas. Dentro de todos los discursos que hemos oído, este, es sin duda, el que más polariza el sentido de lo público. Dentro de todas las retóricas que leemos a diario, esta, es sin duda, la que menos construye pluralidad y librepensamiento.

¿Qué hace que un televidente sea más bruto o inteligente que otro? ¿Dónde están aquel o aquellos estudios que cualifican la audiencia? ¿Cuáles son lo niveles de educación en Colombia? ¿Cuál es el acceso de la población a canales por cable? ¿Cuál es el sentido que se le ha dado al concepto de percepción? ¿Para que establecer ese indecente velo que cubre la impertinencia de los canales subsidiados pero no consumidos por los colombianos?

Les quedó muy "bacano" (imaginamos que eso debieron pensar) el comercial, lástima que genere una bifurcación más en el sociedad, una no muy peligrosa, (no creo que en el futuro haya ejércitos del pueblo que reclamen con armas de fuego por una “mejor” televisión y otros que defiendan aquella que los acoge sin exigirles demasiado).

Algún día parafraseamos a Eduardo Escobar, decía en su Prosa Incompleta “nos hemos preocupado tanto por los contenidos que nos hemos olvidado de los vacíos que lo soportan”…ahora llegamos a buen puerto con la forma de llamar la atención (ahora hacemos comerciales bacanos), lástima que sea para encerrar discursos retóricos de creativos y comisionados políticamente correctos, (esos que “conocen” al televidente). Quisieramos conocer el interventor y el creativo del comercial, quisieramos saber qué pasa por sus cabezas, ¿cuál es su sentido de lo público y su sentido de la construcción ciudadana?, ¿cuál es su lectura del entorno televisivo que poseemos?, ¿qué opinan del articulo 365 de la constitución nacional? y ¿si saben que lo esta vulnerando?

Televidentes inteligentes y televidentes ininteligentes, ¡que desinteligencia!



miércoles, 27 de febrero de 2008

Arranca "Zoom TV." !!!!



Más de lo mismo.

Es el turno del Canal Universitario Nacional.


¡No estamos en contra de aquella propuesta televisiva que aboga por el cultivo del conocimiento y la representación de una ciudadanía cultural!, somos, eso sí, vigilantes (por derecho constitucional) de su ineficiencia, su inoperancia, su irrelevancia, su impertinencia, su falta de calidad y sus demagogias. Por eso queremos hablar ahora de la nueva propuesta televisiva que hace su génesis en un país lleno de televisiones.

Después de muchos ires y venires (y desvaríos en el camino), es el turno del nuevo Canal Universitario Nacional, o “Zoom TV.”, (Nombre ganador de 617 propuestas provenientes de más de veinte departamentos); [Pregunta: ¿Cuántos estudiantes universitarios o de educación superior enfocados al desarrollo de conceptos visuales existen en Colombia?] si esas 617 propuestas definen la franja, como claramente dice el promo que circula en el canal, es una prospectiva seriamente preocupante para la inversión de los miles de millones que el estado hace en un nuevo canal sin haber redefinido el rumbo de los demás). Aquí les van seis reflexiones que nos genera el nuevo hijo catódico de la TV en Colombia.

1]
Partamos de un hecho simple y que hace parte de la real construcción cognitiva de una sociedad: se necesita cultura y educación. Pero, resulta que el dispositivo televisivo es una relación de dos: el que escribe la narrativa audiovisual y aquel que la lee; La reflexión sería, ¿sabemos los que asumimos el papel de narradores audiovisuales qué leen nuestros televidentes? Y no ¿qué necesitan leer?

2]
Verter los contenidos (Educativos y culturales) en formatos visuales también tiene sus claves; ojo, con esto: No se trata de hacer propuestas atractivas y dinámicas (o solladas y locas), como se cree comúnmente, sino crear conceptos que dialoguen con los televidentes en códigos comunes, legibles y que permitan un proceso de interacción, identificación y masiva representación.
[1] Claro, dirán que para eso están los comités regionales y las investigaciones de audiencias de las que hablaremos en el siguiente punto.

3]
Desde que la televisión existe, conocer la respuesta de sus espectadores ha enmarcado una ruta que deriva, de manera irremediable, en darles más de lo que le gusta. Eso no está del todo mal, es sólo que los encargados de la televisión inteligente de nuestro país han malinterpretado año tras año el asunto. Empezaron por creer que lo entretenido era sinónimo de lo comercial y por defecto de lo que llaman la basura poco constructiva. Después, se enredaron con los conceptos de Consumo y Ciudadanía (el problema de la filosofía leída por algunos comunicadores…que sería el mismo de la literatura hecha por algunos periodistas). ¿Quién dice que el consumo sólo se amarra al contexto de adquirir bienes o servicios en una sociedad de consumo? ¿Quién dice que no se puede consumir cultura?
[2]
Invitamos entonces a que busquen etimológicamente el alcance de la palabra consumo, para que, como dirían por ahí, no saquen a pasear las palabras sin llevar tras de sí las cosas.[3] y dejen tranquilo a don Jesús Martín Barbero.
Si hacemos el recorrido, por los estudios que se han hecho sobre la lectura que de la televisión hacemos los colombianos, llegamos a la última vuelta de la tuerca, esa que habla de estudios cualitativos, donde, erróneamente, también hemos caído en el maniqueísmo demagógico del concepto percepción. Resulta claro y evidente que los colombianos conocemos nuestros productos televisivos y sus filosofías programáticas, lo que no necesariamente significa que los consumimos. Podemos decir maravillas mil de nuestra Señal Colombia, de Teleantioquia, de Telemedellín, de Canal U, lo cual no redunda en nuestra continua visita a sus emisiones. Los estudios de percepción en Colombia arrojan como resultados obvios que la televisión educativa y cultural es necesaria, pero ello se hace al amparo de los discursos de marca, no de los formatos y/o contenidos, pues la televisión es y será toda la vida una relación de polisemia, es decir, tendrá tantas lecturas como televidentes sea posible.
[4] (Si el ejercicio investigativo se sustenta en preguntas hechas a televidentes extraídos de una base de datos, la muestra, obviamente será viciada por el discurso de cada canal). Todo indica que los resultados de dichos ejercicios cualitativos están validando discursos y no interpretando el uso de los productos.
El problema es complejo; si dichos análisis son presentados, y la lectura de ellos por parte de lectores desprevenidos (que incluye altas instancias gubernamentales municipales, departamentales y nacionales) es que tenemos una muy buena televisión, y los investigadores se miran entre sí y contestan “sí, claro”, el resultado es doblemente desalentador: No estamos haciendo investigación sino diagnosticación para la validación de los procesos de representación social.
A aquellos que dicen “Teleantioquia es el canal regional, que muestra nuestras regiones y habla de lo berracos que somos los paisas”, me gustaría preguntarles cuáles son esos programas, con nombre propio, que ve asiduamente, es decir, que consume para que el proceso de identificación de su discurso se desprenda de la eficiencia de la programación y no de la definición, la misión y visión que dicho canal posee. Queda claro entonces que la percepción debe ser entendida como aquella cosa que me permite reconocer las bondades de un producto, que no necesariamente consumo, es decir, el conocimiento que poseo de su marca. Sabemos de los lados flacos que poseen IBOPE y EGM, pero que a las investigaciones que los prosiguen, y que pretenden desde sus metodologías validar discursos de sometimiento al status quo, se hagan las de la vista gorda con la interpretación que de ellas se hace, es altamente nocivo para la salud de las televisiones de Colombia. El análisis de los comités regionales, que deberían estar representados por personas conocedoras del medio y sus prospectivas, deben enfocarse en hacer claridad sobre esto para llevar a buen puerto el proyecto del Canal Universitario Nacional.

4]
Lo anterior no significa que estén haciendo las cosas mal, han comenzado por aquello que debería hacerse siempre: La elaboración eficiente de una marca o brand para después construir su propio imaginario. Hace poco reflexionábamos sobre algunas de los factores que han hecho que el Canal Universitario de Antioquia haya perdido año tras año su impacto. El Canal U comenzó como una propuesta realmente alternativa en sus contenidos, sin embargo nunca logró un ejercicio contundentemente masivo en el posicionamiento de su marca. El canal U, ocho años después, sigue siendo en algunos de sus programas, un verdadero respiro mediático, una verdadera alternativa, pero su marca es tan débil que sus formatos y contenidos son desperdiciados en el espectro electromagnético. El Canal Universitario Nacional por ahora no propone nada nuevo, pero sin duda el eco de su discurso hará que volquemos nuestra mirada sobre su frecuencia. (Espero que para entonces no estén opciones como Paz-a-tiempos, un tipo de programa que comete el error de impactar en una franja sustancialmente superior a aquella que se propone [algo que con “sorpresa” ya encontró el Canal U en su reciente estudio de percepción].) Esperamos que hayan hecho un estudio previo de su segmento de audiencia teniendo cuidado de hallar etimológicamente las diferencias entre Segmentar y Segregar, como hemos propuesto en El Cajón Te Ve.

5]
Podrán decir (en especial a partir de alguna de aquellas investigaciones de audiencias) que al Canal U, u otros de su tipo, como Señal Colombia, sí los ven. Es apenas obvio, nosotros mismos, cada semestre recibimos 2 o 3 alumnos por clase que han oído hablar de ellos. En la medida que avanzan en sus estudios, comienzan a consumirlos y por defecto a replicar las filosofías particulares de cada uno de ellos (parecería que la deficiencia en la cantidad de televidentes la estuviéramos solucionando con la apertura cada vez más abundante de escuelas en narrativas audiovisuales; tal parece que no estamos formando realizadores, productores o comunicadores [como usted prefiera llamarlos] sino los televidentes que la televisión inteligente no posee) Insistimos, la eficiencia, la calidad, la pertinencia y la relevancia de un producto audiovisual, pasan por muchos más factores que sobrepasan la simple percepción.

6]
Aquellos que ahora cuelgan en la parrilla de programación de Zoom TV sus productos, intuimos, se la deben haber jugado en últimas por el famoso Good Will que les generará la aparición de sus logos en la tele nacional; les deseamos suerte en su aventura, aquella que sin duda tendrán (con el tiempo), porque nunca oirán decir una cosa distinta de que “necesitamos una televisión más educativa y cultural”, un discurso que, queremos avisar, de nuevo, es nuestro, (de los que creamos narrativas), pero no de los televidentes. El televidente consume televisión, no tipos de televisiones. “[…mejoramiento de la televisión, más educativa y cultural”] como ya también lo oímos decir al nuevo comisionado. Más de lo mismo… y seguimos pagando.


[1] Potter, Freud y otros psicoanalistas más han hecho puntuales apuntes a aquellos procesos de representación social que me permiten vincularme socialmente con un grupo a partir de mis propias valoraciones del gusto
[2] Hace poco, en el casting para escoger la presentadora de un nuevo programa de rock local, el realizador encargado definió el rasgo mas representativo de la “afortunada” de su búsqueda en un aspecto bastante curioso “necesitamos una niña que consuma ciudad”, algo atractivo y novedoso, pero, en extremo contradictorio con los discursos que persigue la filosofía programática que representa al canal en cuestión, pues en él se diferencia casi de manera fundamentalista Lo Consumible de lo Ciudadano.
[3] John Hartley en Los Usos de la Televisión. Capítulo 12, La televisión y la Ciudadanía Cultural. Pag. 205
[4] Gadamer es sólo una de las muchas muestras que se pueden citar sobre la Polisemia de las narrativas

jueves, 7 de febrero de 2008

Febrero en El Cajón Te Ve

El 2008 comienza con excelentes noticias

En FEBRERO

. Iniciamos la Investigación 2012: Prospectivas de la Televisión de Interés Público, Social, Educativo y Cultural de Medellín. Mediante la encuesta a 1000 televidentes, la elaboración de observaciones encubiertas, entrevistas semiestructuradas a representantes de la televisión y la construcción de un panel de expertos, elaboraremos los escenarios de futuro a los que se ve abocada nuestra televisión, y estableceremos las pautas que permitan tomar decisiones acertadas en pro de su mejoramiento y acercamiento a la audiencia.

. El 21 de febrero, a las 5:30 p.m., reinicia sesiones el Grupo de Discusión sobre Televisión, los jueves cada 15 días en el Teatro del Águila Descalza. Para este primer semestre abordaremos temas como La imagen de la televisión local, El televidente qué, El papel del Interventor, La Televisión Digital, entre otros. La entrada es libre para todos los interesados.

En MAYO

. El Cajón Te Ve participará en el IV Congreso sobre Investigación Cualitativa de la Universidad de Illinois, en Urbana Champaign (http://www.icqi.org) con su ponencia Ética en los estudios sobre televisión de Interés Público, Social, Educativo y Cultural en Medellín. Luego de revisar una extensa bibliografía sobre estudios de televisión en Medellín, encontramos, entre otras cosas, que el ánimo investigativo se ha reducido a la validación de discursos institucionales y no al real y profundo análisis de los gustos de la audiencia, la relevancia de la televisión de producción local y la pertinencia de los formatos y contenidos de la misma.


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El Cajón Te Ve, es un grupo interdisciplinario conformado por Alejandra Castaño Echeverri y Mauricio Velásquez Hurtado (profesores del pregrado en Periodismo de la Universidad de Antioquia y del pregrado de Comunicación Social Periodismo de la Corporación Universitaria Lasallista, respectivamente) y ha venido trabajando de manera independiente en la búsqueda de una conciencia de los usos televisivos desde la esfera pública. Su experiencia profesional se deriva del trabajo de catorce años como productores, realizadores y creativos de productos audiovisuales para la televisión de servicio publico así como para la empresa privada.

En esos años, la pregunta que siempre ha asistido a la elaboración de cada propuesta audiovisual es ¿qué es la audiencia? entendiéndola como ese entramado donde hemos incluido por igual espectadores, consumidores y ciudadanos, así como ¿cuál es entonces la pertinencia de las narrativas audiovisuales que se le proponen?

A partir de esas dos premisas El Cajón Te Ve comienza a elaborar inquietudes frente a qué tan interesada está esa audiencia local frente a la oferta televisiva, si realmente sus necesidades recreativas, educativas y culturales están siendo satisfechas por la misma, o, incluso, si existe por parte de la audiencia un interés particular hacia la oferta televisiva local.

Dicho contexto debe suponer una construcción sólida de interacción ciudadana con la televisión, pues gran parte de los proyectos audiovisuales hacen parte de presupuestos públicos cuya finalidad debería ser la generación de procesos sociales y culturales exitosos y verificables en el tiempo.

El televidente de Medellín está subsidiando una televisión que no está viendo. Que la consuma, la disfrute y le sea útil para sus interacciones diarias son las premisas de trabajo de El Cajón Te Ve.

Conoce más de El Cajón en : http://elcajonteve.blogspot.com/

Medellín, 1° de febrero de 2008.


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2008TV

Periódico La Hoja

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Sección opinión



Mi mamá me recibió una noche del pasado diciembre con una retahíla; habiendo leído un artículo en un semanario capitalino, renegaba por la “mala” televisión de Colombia y se peguntaba cómo era posible que pusieran el “rating” por encima de la “calidad”. Acto seguido, se veía Nuevo Rico Nuevo Pobre. Su acción resume en parte la compleja trama de la televisión y su instalación en las televidencias. Mi madre había tomado partido por lo que señalan por ahí como “cultural y educativo”, alterada, repetía el discurso del artículo frente al deber ser de lo público en la TV. (ese que dice “el televidente debe ser más ciudadano y menos consumidor”) y después, sin embargo, de una manera casual y emotiva se veía una novela. Contradicción enteramente natural.

Hace diez años, Colombia pasó de una economía mixta en su oferta televisiva a una industria dividida entre los bienes de dos grupos financieros y el patrimonio del país. Aunque a la luz de la CNTV* ambas televisiones siguen siendo públicas, algunos las han llamado “públicas” y “privadas”. Si me permiten, yo prefiero ponerme en otro lado: ¡televisión colombiana!

Mi razón es muy simple, cuando se es televidente se establece una relación con el aparato receptor de manera desprevenida y espontánea, no porque seamos comunes o corrientes, sino porque vemos T E L E V I S I Ó N; así, a secas.

De cualquier manera, como la televisión “buena” en este país es la “pública”, aquí están mis pedidos como “ciudadano” para que siga por el camino de la “inteligencia”:

  • Que se preocupe más por crear modelos de gestión en la administración de sus recursos y menos por hablar mal de la “otra” televisión.
  • Que deje tranquilos a García Canclini y a Martín-Barbero, el maniqueísmo de consumo y ciudadanía está desorientando a los estudiantes sociales y estereotipando a los televidentes sin generar una verdadera conciencia reflexiva en ellos.
  • Que deje de perpetuar fórmulas que piensan por el televidente y no en el televidente. Que sus interventores dejen su desatinada y maliciosa clarividencia.
  • Que diserte la diferencia entre lo institucional y lo público.
  • Que vuelva a narrar audiovisualmente y deje de “locutar collages”.
  • Que promocione sus productos para que sean vistos. (verá que de carambola también le funciona esa cosa del “rating”).
  • Que deje los discursos retóricos, la realidad manifiesta es que el televidente le ha dado la espalda.
  • Que compita con calidad y no con los sofismas que desnudan su incompetencia. Que no sea pusilánime y encima arrogante.
  • Que recuerde que el televidente está pagando como contribuyente una televisión que no ve. Y
  • Que sus investigaciones de audiencias sirvan para otorgar herramientas a los realizadores y no para concluir sospechosamente que todo está muy bien.

* Comisión Nacional de Televisión. Ley Integral. Artículo 21, inciso A de la ley 182 de 1995.



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Cambios de Piel

Cuando usted llegue a estas líneas la suerte política de nuestro terruño estará echada. Lo mismo ocurrirá con la televisión pública.

Quizás usted pertenece a ese 50% de colombianos que posee servicio de TV por suscripción, 6´825.000 personas viajando por el universo de ofertas televisivas. La penetración de la televisión pagada (sólo somos superados en Latinoamérica por Argentina con un 69%) es una de las razones en la disminución de audiencia de la televisión pública. Entre 1999 y 2005 bajó en un 54,4%. Hay otra razón, la principal:

No contamos con un Proyecto de Políticas de Televisión Pública sino con una Televisión Pública de Proyectos Políticos.

El síntoma: cada cierto tiempo (por lo general tres años) la pantalla pública cambia radicalmente. Por algunos meses, extrañamente, comenzamos a ver añejos especiales y descoloridos conciertos; repeticiones de programas en estudio que algún día vimos en vivo, muchos especiales del Japón y, dependiendo de las nuevas gerencias, nada que refleje las ideas de las anteriores. Lo anterior ocurre en los canales mientras se ratifican puestos o se hacen las llamadas a los amigos que andan sin trabajo o en otros menos decorosos. Superado este primer lapso de esterilidad visual, mágicamente aparecen los nuevos programas… ¡de gobierno! En su más estricta literalidad.

Dirán:

“¿el televidente? ¡Ah, sí!

…Claro a él lo vamos a informar con objetividad sobre:

Los proyectos de tal secretaría, los aciertos de tal otra, las investigaciones de tal instituto, los pormenores de aquel otro, las razones de fondo por las cuales el alcalde o el gobernador tal cosa, o, los motivos por los cuales el concejo o la asamblea tal otra.

Todo en un marco de representatividad que convoque su opinión y su construcción ciudadana y cultural.”

Podrá decir usted, amigo televidente-lector, con razón, que no todos los programas trabajan en la seudo promoción de las administraciones, pero lo cierto es que la televisión pública en el país es un presupuesto ejecutado que pocas veces mide su impacto en términos de pertinencia y relevancia para con las necesidades reales del televidente. A propósito, la reciente investigación desarrollada por la U. de A. Calidad y pertinencia de los programas de televisión de la Gobernación de Antioquia, puso en evidencia aquello que sabemos de sobra: una cosa es la semiótica de la información televisiva y otra el imaginario de sus audiencias. En castellano, que no siempre la autopromoción funciona.

Lo peor es que como ocurre en cada dependencia de gobierno, la TV de la nueva administración tratará de borrar lo que la TV de la anterior administración hizo.

Cuando usted llegue a estas líneas, la suerte estará echada y seguiremos subsidiando una televisión que no vemos. Aun así, nos llaman escépticos.