lunes, 23 de mayo de 2011

Enseñar aprendiendo.

No soy uno de los fervorosos creyentes de la ilustración espontánea que crean los foros, los congresos o los seminarios. Soy, sin embargo, un ferviente admirador del proceso continuado y estimulante de escuchar y sentir otras voces. En ese sentido, aprender de lo aprendido y sumarle las opiniones de otros, en apariencia por fuera de tu disciplina y tu propia teorética, le atribuye a tu oficio un sentido y una inigualable ventaja. Algunos espacios académicos permiten por un momento, que te asomes por una ventana que permite, luego de cerrada, la emancipación de ciertos aspectos radicales del propio pensamiento.
Como verán, acabo de llegar de un congreso internacional de investigación, uno, que a mi juicio, propende en su dinámica por la enseñanza espontánea y sentida; una reflexiva y rigurosa en su camino, pero llevada al plano de la expresión de una forma hermosa, de una forma humana, de una forma que algunos norteamericanos llaman “so touching”.
De estos encuentros me quedan siempre nuevos amigos de la academia. Un alemán que enseña en Inglaterra sobre la respuesta de los niños a la cultura mediática; un Ingeniero sanitario preocupado por la percepción del concepto “ecología” de los habitantes de la comuna 13. Una japonesa que analiza los alcances de la investigación transdisciplinar; un neozelandés que investiga hasta qué punto, las fotografías de NatGeo sobre desastres naturales, desvían la atención de la calamidad ambiental hacia la contemplación estética. Y así, personas que en quince o veinte minutos comparten contigo su voz y su letanía teórica sin aspavientos de jerarquías. Estudiantes de pregrado, estudiantes de posgrados, pos doctores, eminencias, asistentes; todos por igual, suman una sola voz que parece acompasada por un manifiesto que resulta liberador: no hay protagonismos.
Soy un convencido del análisis de la recepción televisiva, para promulgar argumentos que faciliten la comprensión de su dinámica, pero en la semana última, más que en cualquier otro momento, me he convencido de la necesidad de otorgarle a la investigación la humanidad que ni siquiera la etnografía logra o permitirte observar.
Sin entender y otorgarle un lugar al otro con sus destrezas y conocimientos, es imposible ser asertivo en los juicios que establecemos. Creo que la Justicia social, debe ser materia obligada de análisis en nuestro país, porque su debate científico nos permite encontrar un camino para ser comunidad.
Sin menoscabo del norte académico y curricular que sigo, hoy mismo empezaré por generar en los alumnos esa inquietud por una sociedad que tocamos tangencialmente, y que algunos, apenas la reconocen para beneficio de sus propios atributos personales y profesionales.

Mauricio V.

miércoles, 11 de mayo de 2011

La ley 221, La Colegiatura Nacional del Comunicador Social y Periodistas y la “libertad de expresión”.

Con atención, pero no sin una mueca de sospecha como colombiano en derecho de sospechar, he leído la propuesta que han impulsado algunos periodistas (algunos deportivos) alrededor de la Ley del periodista.
De todas las razones esgrimidas, o las que se infieren en su propuesta de articulado, sobresale el ejercicio de salvaguardar la legitimidad de quién o qué informa. ¿Por qué?, no lo sé, pero creo que la respuesta tiene asidero en los fenómenos socioculturales históricos, que en sus dinámicas apenas obvias, han hecho del ejercicio de informar una voluntad y una acción popular, un derecho legítimo de pasar de ser decorado a actor legítimo de la expresión. Soslayando la discusión sobre la complejidad o no del prosumidor de la información, creo que allí está el gran error de la iniciativa, en no leer o interpretar que el mundo ya no es el mundo de la máquina de Gutemberg.
Todo ciudadano, en derecho legítimo de expresar o manifestar en cualquier nivel del lenguaje, debe ser considerado y protegido, sin menoscabo de su poca o nula información académica.
El artículo 4° de esta iniciativa contiene los estatutos que regulan cuál es la calidad del ciudadano que podrá ejercer la actividad periodística, cuestión de semántica, pues si intentaran regular la profesionalización del oficio, sería distinto; el proyecto de norma pretende indicar quién es legítimo en la actividad. Para ello, estipula una serie de requisitos donde sobresale el pregrado, la experiencia, o, (mucha atención) la solicitud a la futura Colegiatura Nacional del Comunicador Social y Periodistas.
Así como se lee, esta ley, promueve la creación de uno de esos famosos entes reguladores autónomos jurídicamente del Estado, pero con sus obvios beneficios y, que entre otras cosas, (además de autorizar quién o cómo informa) busca “Velar por el cumplimiento de las normas éticas que sean aprobadas, para de esta manera preservar la pureza del ejercicio de la profesión”.
¿Semántica?, o interés de indicar que hay periodistas “impuros”.
Interesante sería que antes, los promotores de la iniciativa, revisaran el artículo 20° del capítulo de nuestra Constitución:
“ARTICULO 20. Se garantiza a toda persona la libertad de expresar y difundir su pensamiento y opiniones, la de informar y recibir información veraz e imparcial, y la de fundar medios masivos de comunicación.
Este artículo no es una parrafada más expresada al vacío, este artículo garantiza que el Estado promueva la prosperidad general, es decir, que la sociedad evolucione en condiciones del mejoramiento de la calidad de vida, a partir de agentes y acciones que ofrezcan miradas heterogéneas.
Como colombiano en derecho de los atributos que me otorga la constitución, manifiesto abiertamente mi inconformidad con este proyecto, ya que su alcance vulnera la libertad de expresión, pues todo colombiano está protegido en su manera de ofrecer información. Cuestión de semántica.

Mauricio Velásquez

jueves, 5 de mayo de 2011

Los Nule, Samuel y la televisión “pública”

Comenzaré por decir que cada que soy interrogado por la televisión pública en Colombia, trato de poner en contexto al interesado sobre, a qué televisión se refiere. Si la respuesta apunta a esa televisión que promueve ciertos discursos institucionales sobre la educación y la cultura, le indico a qué se dedican esos canales “públicos”, cuál es su objeto y, respetuosamente, le doy un espacio para que digiera que RCN y Caracol son aun más públicos que los “públicos”, pues atienden las expectativas de la televidencia*, se relacionan con ella y no la miran como un cordero rezagado que debe aprender lecciones de urbanidad y ciudadanía cultural, pues, a la larga, saben que para eso, existen otras instituciones.

No son escasas las ocasiones en las cuales se ha puesto en tela de juicio el deber ser de una televisión, que por ley (365 de la Constitución) presta un servicio en los límites territoriales de este adorado país. Recientemente en Medellín, era notable la percepción generalizada sobre Telemedellín como el canal de Fajardo o, Telefajardo. Esta medida, espontánea y coloquial, no puede ser tomada a la ligera. Si miramos concienzudamente el enfoque temático de cada producto, no solo de la Alcaldía, sino además de la Gobernación y la Nación, entenderemos que cada formato (Señal Colombia, Teleantioquia y Telemedellín) responde a un programático discurso institucional. La mejor prueba la tenemos en la reciente agenda de medios sobre el tema de la corrupción que todos los días nos muestra como es realmente nuestro país.

Mientras los canales comerciales, satanizados por responder a un mercado, informan, entretienen y en ocasiones educan**, los públicos se dedican a presentar elaborados informes de gestión sobre las bondades de los programas de gobierno.
Así es; la Señal Colombia nos muestra Todo lo que Somos, menos lo corrupto. Teleantioquia nos dedica su Pasión por lo nuestro, dedicando en sus programas espacio a servidores públicos sin gracia. Telemedellín nos dice Aquí te ves, mientras vemos a cada secretaría determinando el enfoque de la charla de unos televidentes que felicitan y vuelven a felicitar.
Se preguntarán ustedes la razón, pero la verdad, es evidente a todas luces, en Colombia no existe una televisión pública en el sentido amplio de la palabra. Existe una televisión institucional que responde a las filosofías y las agendas de los gobernantes que se sirven de ella como medio para evidenciar sus indicadores de gestión. Por eso, no vemos a Colombia en su justa medida, la vemos reducida a una serie de coloquiales reflexiones sobre el deber ser del ciudadano urbanizado. Esa es la razón por la cual no evidenciamos la maldad en esos canales, a menos que sea manifiesta en los noticieros. Si cualquier desprevenido visitante viera la programación de cualquiera de estos canales “públicos”, no creería que a este país lo roban sistemáticamente.
La labor desempeñada desde la radio, en especial por la W, ha trascendido a las pantallas merced del descomunal desfalco que los Nule le hicieron al erario público. Caracol, RCN como consorcios privados, al igual que CM& y Noticias UNO, han cumplido su tarea fundamental de informar y presionar para que estas pesquisas desencadenen en los ámbitos disciplinarios y judiciales naturales. Mientras tanto, lo público, aquello que debería responder con eficacia a nuestros intereses, responde a los de sus dueños (los encomendados por votación), donde la sociedad es un simple decorado y una misión institucional. Que chiste tan flojo esta televisión publicada***.

Mauricio V.

* Concepto acuñado por el teórico Guillermo Orozco
** Recientemente en un partido de fútbol, la patada a un ave permitió que muchos televidentes conocieran las diferencias entre un buho y una lechuza, es decir, se educaron.
*** Concepto acuñado por Alejandra Castaño