martes, 18 de octubre de 2011

La televisión pública y su saludo a la bandera.


Hace algunas semanas, en una entretenida charla, conocí las razones por las cuales un profesor ante la, según él, “andanada de basura televisiva”, era recomendable “apagar el tv y encender el cerebro leyendo un libro”, o “ver televisión pública”. Ante el primero de los argumentos, tengo a mi haber el respeto por entender que no podemos empujar a otros a un contexto ajeno. Ante el segundo, creo que es mi deber como docente del área, plasmar mis apreciaciones sobre eso que llamamos “televisión pública”. Para ello, habrá de ser aclarado que me refiero aquí a lo “público” como aquello que subsidia el Estado, o sus instituciones adscritas, en beneficio de la promoción de la educación y la cultura.

Entendido de esta forma, conviene también explicar que algunos canales de televisión fomentan aquellos discursos de transformación social que tanto bienestar dicen traer a una comunidad. Es decir, la televisión es necesaria como instrumento de formación de sentido sociocultural. Visto así, es aceptable entonces preguntarnos si es posible una categorización de los televidentes de acuerdo a su consumo televisivo, como lo proponen algunos académicos, pues al parecer (según ellos), existen televidentes mejor calificados que otros para ver ciertos programas. La anterior afirmación no es objeto extremo de la ficción, por increíble que parezca, incluso la Comisión Nacional de Televisión llegó a producir y poner al aire un comercial donde se mostraba la puesta en escena de un concurso, cuyo presentador determinaba que existían familias ganadoras y perdedoras de acuerdo a lo que veían en televisión. En un país suficientemente polarizado, la televisión pública de la mano de la academia se atrevió a proponer una nueva taxonomía entre televidentes “brutos” y televidentes “inteligentes”, tal vez, al amparo de novedosas producciones teóricas que introdujeron discursos y postulados sobre el “deber ser del ciudadano”. ¿Es entonces la televisión pública un saludo a la bandera? Mi respuesta es sí categórico.

Partamos de un simple ejercicio de honestidad lúdica. ¿Vemos Señal Colombia? ¿Vemos Zoom Tv? ¿Vemos Canal U? No es objeto de este breve artículo proveer de un resultado sobre el consumo de dichos canales, porque, dicho sea de paso, sabemos que aunque la percepción que poseen algunos televidentes sobre la promoción del folclor, la tradición y la cultura ofrecida por estos canales es favorable, también sabemos que la oferta de sus contenidos les es indiferente. A estas alturas, muchas vestiduras habrán sido rasgadas en defensa de la urgente necesidad de permitir que los televidentes sean actores protagonistas en la gestión del conocimiento que podría ofrecer la televisión pública. Estoy completamente de acuerdo. Pero también hay una distorsión del enfoque. Lo que propongo en adelante es una ecuación cuya validez dejo al escrutinio de ser aceptada; me mueve la hipótesis de ver como algunas comunidades están siendo medio, e indicador de gestión, y no motivo.

Admitamos que toda sociedad necesita de herramientas que permitan el desarrollo educativo y cultural. Sumemos entonces que la orientación de la programación de los canales antes nombrados debe propiciar el encuentro con dichas herramientas. Digamos que la apropiación de las mismas permite la multiplicación de esa nueva ciudadanía cultural referida por Richard Hoggart. Digamos que sí. Ahora, propongamos la discusión ¿Cómo es posible entonces todo esto si los televidentes no consumen los productos de los mencionados canales?

En la respuesta, muchos coincidiremos, “depende del contexto”, pues la mediación de la información no permite que todos accedamos a ciertos textos audiovisuales, como lectores desprevenidos, en las mismas condiciones. ¿Dónde está entonces la grieta?

Cuando comenzamos a rasgar las capas superficiales del fenómeno sociocultural de la televisión pública, encontramos que aunque el síntoma es alarmante, el problema tiene un trasfondo cultural insoslayable. Dicha televisión es subsidiada y ello garantiza que el producto sea elaborado sin importar que tenga un uso y una apropiación, pues su lógica es determinada por el estratégico diseño de espacios sobre políticas administrativas, como en el caso de Teleantioquia y Telemedellín. ¿Ese es nuestro sentido de lo público?

Calculemos por un instante las cifras que puede sustentar la industria de la televisión pública en Colombia, teniendo como base directa, que un canal de interés público, social, educativo y cultural de emisión local sin ánimo de lucro, requiere entre cinco mil y veintitrés mil millones de pesos anuales para su operación.

Calculadora en mano y habiendo contado la totalidad de los canales públicos en el país ¿Han notado ustedes cuánto pagamos los colombianos por un servicio público que no utilizamos y que, al mismo tiempo, es usado como un indicador de política pública?

Hace algunos años, nuestra* inquietud fue trasladada al Consejo Nacional de Política Económica y Social, CONPES, no en términos del despilfarro del erario, sino en virtud de entender qué determina entonces la calidad en el servicio que debe prestarse de conformidad con la Constitución Nacional y la ley 182 de 1995. La respuesta no brindaba una luz al final del túnel. Según la entidad, el Estado entendía como calidad la extensión de la cobertura del espectro electromagnético, es decir, no existe un parámetro que determine la calidad de los formatos y los contenidos ofrecidos, al menos desde el establecimiento de la ley y sus posteriores anotaciones. Esa respuesta nos mostró que el asunto de la televisión pública es una problemática entelequia académica, lo único que sustenta la hipótesis de la buena televisión, son deformaciones inapropiadas del lenguaje como señalar cierta oferta comercial de telebasura.

Definitivamente, existen programas que no están hechos para fomentar ciudadanías culturales o urbanidades. La pregunta que deberíamos hacernos no consiste en caracterizar el uso y la apropiación del dispositivo. Deberíamos preguntarnos cómo aprovechar la interpretación y la domesticación orgánica que ya el ciudadano ha hecho del fenómeno para entender su lógica. Si partiéramos de esa premisa, entenderíamos que una consecuente manera de hacer evidente nuestro verdadero sentido social, debería ser la aceptación de cómo todos hemos asimilado e interpretado los nuevos mecanismos informativos, y que superponer un análisis hermenéutico al asunto es un pleonasmo. La realidad es que la televisión pública no es coherente ni pertinente al contexto, que tan sólo manifiesta una idea parcial y bastante insípida del probable deber ser del ciudadano. Avistar la invitación del Consejo Nacional Privado de Competitividad a acortar las brechas entre oferta y demanda en todas las industrias, es un llamado de atención para entender que mientras muchos se blindaron con estoicismo en contra de alguna corrientes del pensamiento económico, los televidentes asumieron roles y contextualizaron la información basados en el más gaseoso de los derechos: la libertad, aquel oxímoron que esconde la alienación haciéndola pasar por expresión de la elección. El asunto es que mientras algunos, aun debaten sobre las posibilidades de participación democrática en la producción de contenidos y la oferta sociocultural relevante al ciudadano, los televidentes vemos televisión y le damos un sentido de acuerdo a nuestras expectativas.

Determinar los alcances de un fenómeno sociocultural como el televisivo, debe partir de la comprensión del dispositivo; solo así entenderemos que hace parte de una maquinara industrial polisémica. Debemos asimilar que el flujo de la industria nos esté llevando al debate sobre nuestras identidades culturales y por ello debemos avistar los riesgos de la megalomanía sobre lo “glocal”. Para la muestra un botón final.

Hace poco fue levantado el informe Cluster Develpoment para el desarrollo de la industria audiovisual local en Medellín. Su reporte generó sorpresas que no eran del todo novedosas. Determinó que en Medellín existen dos empresas de alto impacto sociocultural desde la tradicional percepción, (Teleantioquia y Telemedellín) pero también detalló que las mismas no son suficientemente tractoras para determinar un norte industrial. En pocas palabras, no existe la esperada competitividad que buscan los consejos nacionales privados o las agremiaciones que quieren darle una dinámica al sector. Esa competitividad debe ser creada en un marco de bienestar social que va más allá de programas que hablan de informes de gestión de esta o aquella Secretaría, o de aquellos “de entrevista” que muestran las nuevas sobrediagnosticaciones de lo que somos. Debemos crear una sinergia disciplinada en la academia audiovisual que envuelva verdaderamente la ciudad en un contexto de justicia social para transformar el lastimero saludo a la bandera social, educativa y cultural.

Mauricio Velásquez

Profesor TC de Comunicación y Lenguajes audiovisuales

Guionista, productor y realizador de televisión.

Investigador de Recepción Activa

*Integrante de El Cajón Te Ve, grupo interdisciplinario de investigación en televisión, sociedad y cultura.