lunes, 25 de julio de 2011

La indiferencia al enfoque



Son varios los estamentos que hacen posible blindar nuestros argumentos. El primero de ellos, es tal vez el que hace posible discernir entre lo moralmente bochornoso y lo éticamente discutible: hemos trabajado por más de trece años para dos canales locales, uno regional y otro nacional; por casi cinco en la academia, para dos universidades privadas y una pública; por casi tres investigando bajo la lupa de un departamento administrativo de ciencia y tecnología y, por cuatro, asesorando el desarrollo de proyectos institucionales. Podríamos decir que conocemos su accionar tanto y de tal forma, que nuestra presencia a algunas personas les resulta incómoda. No es nuestro interés incomodar, ni siquiera inquietar o amenazar sus empleos, nuestro interés va más allá y está del otro lado, del que ocupamos los que vemos la televisión. Sin embargo, hay aquí una paradoja: un televidente desprevenido no entiende que esa televisión, tan necesaria por ofrecer contenidos referidos a palabras pomposamente replicadas por un discurso institucional, hace parte de las organizaciones gubernamentales colombianas viciadas de forma y fondo por nuestra indiferencia.

Pondré un ejemplo concreto. Recientemente, el Estado ha dado muestras de querer detener la metástasis de la corrupción. Han sido descubiertos carruseles, montañas rusas y carros chocones de contratación. En todos lados, ha sido evidente el beneficio particular que se superpone a la sociedad en general. ¿Cómo ha sido posible que nos engañen por años? ¿Por qué reaccionamos con indignación únicamente cuando los medios concentran su agenda en los desfalcos del erario? La razón es muy simple: somos colombianos, y mientras no nos afecte a nosotros o a nuestros familiares en primer y segundo grado de consanguinidad no nos importa.

¿Se han preguntado ustedes cuánto dinero ha invertido la televisión llamada pública desde el desmonte gradual de Inravisión? Sin embargo, es una televisión sin televidentes. Preguntamos nosotros, ¿cuál es entonces el enfoque de una televisión que se produce para no ser consumida? Han pasado casi diez años desde que nos comenzamos a hacer una pregunta tan simple y, podemos decir que, hasta ahora, ninguna satisface la inquietud para compensar el derroche. Yo podría aventurarme a decir una sin haberla escuchado aun, le da trabajo a miles de personas a lo largo del territorio nacional.

Hace unos días, nuevamente, un profesor me preguntaba qué buscamos; algo que para nosotros se ha vuelto tan obvio que comienza a convertirse en una declaración de principios: Justicia Social.

Es muy simple, si el desmonte de Inravisión, ha provocado la generación de una olla de recursos que alimenta los modelos de RTVC, Señal Colombia, el Canal Institucional, Zoom y otras decenas de etcéteras, por qué esa televisión, tan ensalzada en el discurso sociocultural, no ha terminado de alfabetizar, no ha logrado la paz, no ha permitido conocer los programas de Gobierno y no ha sido capaz de mejorar las condiciones de las comunidades menos favorecidas. Es una entelequia que se traga a sus propios expertos.

En ningún momento hemos dicho que la televisión pública deba acabarse, pero sí, someterse al escarnio público por su ineficacia e impertinencia, al fin y al cabo la pagamos con nuestros impuestos y sólo sirve para abultar nuestra oferta en el cable. (Al menos para los que no han eliminado canales como Zoom Tv.)

Como ya lo sabemos, la perorata institucional, promotora de valores, hablará de talleres de formación y apreciación para aprender a ver televisión y distinguir los rasgos de calidad de la misma. Ya replicará en defensa de la formación de públicos y en defensa de una televisión que llaman “inteligente”; ya volverá a decir que si la gente no la ve es porque es “mal” educada y sólo le interesa el entrenamiento light. ¡Pero por supuesto que nos interesa el entretenimiento ligero! Estamos hablando de televisión. ¿Será tan complicado entender que el asunto parte por entender la dinámica del dispositivo?

La televisión pública, si no nos fallan los cálculos, en esta administración, tendrá que rendirnos cuentas claras sin argumentos ornamentales, pues la serie de informes presentados por el Consejo Nacional Privado de Competitividad, y replicado por el actual Presidente de la República continuamente, ofrece un panorama claro a su enfoque: En todas las industrias, incluidas las etiquetadas por algunos ilustrados como “culturales”, aquello que no es consumido, carece de calidad.

Si lo prefieren, hagan ustedes mismos la tarea de analizar la pagina 90 del Plan de Desarrollo de la Televisión 2010-2013, de la hoy en vía de extinción CNTV.


Mauricio V.

miércoles, 13 de julio de 2011

La política de Estado y la política de Gobierno en esto de la Televisión Pública.





Lo que enunciaré en esta breve nota no es un sin sentido gramatical. Lo advierto porque para muchos, el Gobierno y el Estado son la misma cosa. Los colombianos nos hemos criado con una comodidad política que asombra por su indolencia, así que la participación en los cambios estructurales de nuestro modo de vivir, en apariencia no nos resuelve nada. Así hemos vivido desde la republicanización de la nación y, al parecer, nada cambiará.
Con atención hemos seguido el interés de los ICreativos, que desde Bogotá, pretenden remover las fibras sensibles de los directamente implicados en la producción de contenidos audiovisuales, a fin de liberar de la burocracia y la corrupción la televisión conocida como pública en Colombia. Su intención es, más que sana o necesaria, absolutamente pertinente. Ellos, pretenden que la Nueva Ley de Televisión sea una Ley ajustada a las necesidades de un contexto industrial para hacer de este servicio un bien. Allí, comenzamos a excluirnos los televidentes. Si la discusión se enfoca hacia las maneras como debe reformularse el Fondo para el Desarrollo de la Televisión, entonces seguiremos replicando la fórmula de mostrar un aparente interés social cuando en realidad buscamos asegurar nuestro influjo patrimonial. Pensar en sociedad significa pensar el conjunto de dinámicas que envuelven el fenómeno televisivo en su totalidad, de tal manera que su efecto en el mercado redunde en un incremento patrimonial total en términos socioculturales. Lastimosamente, en Colombia, siempre hará trámite sencillo la acción de mostrarse ungido de preocupaciones por un país, en un discurso donde el ciudadano (el verdaderamente usurpado y no el de la colección de comunicaciones de la editorial Norma) es medio y no motivo.
Una verdadera Ley de Televisión debe eliminar el Fondo para el Desarrollo de la Televisión y nuestro argumento es simple: es el mismo Fondo que garantiza la producción de contenidos audiovisuales sin consumo y que promueve y aplaude la pálida tesis de “no importa que no nos vean”. Es simple, la televisión pública es una industria subsidiada sin un enfoque práctico de relevancia y pertinencia, el simple hecho de no regirse por los estatutos del rating, la hace carente de competitividad. Así es, reza por ahí el dicho de muchos Gerentes de canal público: no nos importa la cantidad de televidentes, sabemos que los nuestros son televidentes de calidad.
Ese predicado ha promovido una aceptación lógica porque no existe reflexión en ningún sentido, lógica o aun ilógica. Somos, como dice sabiamente Mary Douglas, ahorradores de energía cognitiva porque “es más sencillo que los esquemas y las dinámicas institucionales se repitan desde sus tradiciones y costumbres operativas, ya que cambiar el rumbo predeterminado exige mayores competencias que complejizan el pensamiento y podrían no cumplir con las expectativas generadas”.
Insistimos, la burocracia en la administración de recursos públicos ha hecho daño en su manera de configurar el servicio, pero es inmarcesible mientras exista un discurso que sustente su intrascendencia. En el fondo, a los únicos que debe preocupar el Fondo, es a la agremiación de canales regionales, quienes usan los recursos del mismo para programas que permiten la suspicacia de su uso en aras del interés público, social, educativo y cultural.
Reiteramos, mientras no exista una política de Estado, la política del “cacique” de gobierno hará mella, incluso en la reflexión.

Mauricio Velásquez

martes, 5 de julio de 2011

La Nueva Ley de Televisión en Colombia.


Comenzaré por citar a mi madre cuando advierte: “estoy contenta con lo que dan en la televisión”.
No hay que ser tremendamente estudioso para entender que está satisfecha con la oferta que posee, pero sí tremendamente ingenuo para catalogarla como mala televidente por el hecho de no ver televisión pública. Son varios los estudios que han demostrado que la oferta de televisión en Colombia satisface la demanda de los televidentes, pues, sin muchos rodeos, es acorde a sus expectativas de entretenimiento.
Convengamos, como lo hemos resaltado antes, en que los televidentes no vemos “esta” o “aquella” televisión, vemos televisión sin distinguir cosas distintas a la emoción que nos ofrece el verlas. Pero, diferenciemos para mayor claridad. Cuál televisión ve mi señora madre: la comercial y la ofrecida por las cadenas del cable; la conocida como “pública”, le resulta compleja en su relato, amañada en su discurso, detestable en su intento por hacerla sentir “maleducada”, inútil para ella y útil para los que la hacen, que en últimas son los únicos televidentes. Puedo dar fe de ello. (En la medida que un canal publico se hace grande y robusto en recursos, contrata más personal, y aumenta televidentes por lógica matemática, pues esos nuevos empleados invitan nuevos televidentes). El éxito en la convocatoria de una canal se sustenta en ese “voz a voz”, pero su grieta está en la imposibilidad de atrapar o seducir televidentes.
No le demos muchas vueltas al asunto, la nueva ley general de televisión debe enfocarse en brindarle mecanismos eficaces a la televisión pública para hacerla competitiva en la industria, para hacerla atractiva en el mercado. Después de años de trabajo, nuestra experiencia como productores y realizadores, académica e investigativa, puede brindar una luz: determinar las reales expectativas del televidente para entender su dinámica y así poder construir instrumentos relevantes y pertinentes de seducción.
Con ello no nos referimos a nuevas sobrediagnosticaciones del mercado; la experiencia nos ha enseñado que, uno, algunos televidentes no son televidentes en un grupo focal desenfocado y, dos, algunos televidentes tienen por buena costumbre y manera, el vicio de ofrecer respuestas políticamente correctas sobre el folclor, el patrimonio y las tradiciones que encierran el discurso hecho a pedazos de instituciones como el Ministerio de Cultura.
Con auscultar las expectativas concretas nos referimos a entender por qué vemos Rosario Tijeras, el Cartel o El Capo sin prohibirlas. Nos referimos a aprender a leer las dinámicas que permite emocionarnos con Jota Mario, el Padre Chucho o También Caerás sin censurarlos desde una engolosinada ilustración. El primer paso que debemos dar es liberarnos de aquellos mal llamados expertos que han indicado cosas sobre el comportamiento de los televidentes frente al televisor. Debemos cerrarle el paso a aquellos que tratando de “educar”, se han puesto por encima de la sociedad sin comprender sus dinámicas.

Punto aparte.
Algún día, en intercambio virtual, discutía con un “respetado” profesor de la Universidad de Antioquia sobre la carencia de emoción en esa televisión pública, social, educativa y cultural. Su respuesta la encontré al poco tiempo, pues anotaba él, en la presentación de una nueva iniciativa cultural fomentada por la Alcaldía, que “algunos…”, dirigiéndose a nosotros, “…esperaban que en los programas serios como el que dirige y presenta en Telemedellín los invitados salgan disfrazados de payaso.” En esos términos se da la discusión sobre la televisión. Por increíble que parezca, aun hoy, algunos persisten en calificarnos como televidentes de acuerdo a lo que vemos o lo que no vemos, sin entender la lógica que nos lleva al uso del dispositivo.
A la televisión pública le ha hecho tanto o más daño que la misma burocracia, la ignorancia y la soberbia.

Mauricio Velásquez