domingo, 6 de noviembre de 2011

De los “doctores” de la Universidad de Macondo.

Hace poco más de un mes, en un mensaje de texto a través de mi celular, me enteraba que no había sido considerada mí propuesta doctoral por el Departamento de ciencia, tecnología e innovación de Colombia. Horas más tarde debatía con otro prescindible, de manera tranquila, sobre esas razones que tratan de paliar la impotencia de saberse prescindible por el rector máximo del pensamiento científico nacional. Entre otras cuestiones, les excusábamos no considerar una investigación cualitativa por su interés irremediable de generar conocimiento científico especializado y maquilado sobre cuestiones más pragmáticas en el terreno de la industria y la alta competitividad tecnológica. De otro lado me preguntaba, obviamente, ¿por qué no es posible considerar el análisis cualitativo de las nuevas audiencias audiovisuales en un intento por hacer de la televisión pública una industria cultural eficaz? A fin de cuentas, también es una industria. La etnografía y otros métodos en eterno debate por su cientificidad serían mis instrumentos con el único ánimo de curar la grieta entre los televidentes y esa supuesta “buena” televisión. Creo que así pensamos los que queremos generar un conocimiento que permita a la sociedad no sólo reflexionar desde el diagnóstico sino además beneficiarse del alcance de sus hallazgos. Sin importar que Colciencias me diera la venia o no, decidí continuar con mi idea de marcharme para ampliar mi conocimiento teórico alrededor de la industria de los medios. Fue entonces cuando vi en las noticias que cuatro periodistas deportivos recibían su doctorado honoris causa por su invaluable labor. Carlos Antonio Vélez, Hernán Peláez, Wbeimar Muñoz e Iván Mejía, hoy son doctores certificados y refrendados por el diploma que así lo confirma. Me parece una especie de inocentada, pero la tradicional celebración está adelantada un mes. Son cerca de las ocho de la noche, y en la pantalla de televisión de una sala de espera en un aeropuerto, en la sección de deportes, nuevamente se comenta la noticia: la Universidad Autónoma del Caribe les ha otorgado el dignísimo título. Al igual que lo hiciera con el excomisionado de televisión Ricardo Galán. Tengo sentimientos encontrados pero quiero encontrar las palabras concretas. Las más justas y precisas, debo atemperar un poco la prosa de la queja para no ser vapuleado por la mala interpretación. Han pasado unos cuatro días. Es hora de desparramarme en el mismo teclado en el que me he dedicado a escribir artículos, tesis, y las reflexiones propias de un académico.

Apegado a las condiciones de las ciencias del lenguaje que permiten comprender los alcances de ciertos conceptos, creo que sería valido asegurar que todos entendemos el concepto honoris causa como una designación del más alto grado, otorgada a personas con cualidades humanas del pensamiento excepcionales. No tendríamos que ser, etimólogos, lingüistas o hermeneutas para aceptarlo. Lo anterior le da pie a la pregunta objeto de este ensayo: cuál es la contribución de los homenajeados para merecer tal imposición. Quisiera que cada uno de ustedes ofreciera su propia especulación. Yo tengo varias, pero mi madre siempre me enseño que el fútbol era un deporte poco caballeroso y de una alta dosis de barbarie dentro y fuera del campo. Sin duda hablaba del fútbol colombiano; y lo digo no por el afán evocador del fútbol extranjero o las desventajas comparativas con otras ligas. Lo digo por su contexto. Por eso, prefiero no ofrecer mis razones.

La irremediable pregunta que se me plantea está en el terreno de mi oficio, donde una serie de competencias y destrezas son evaluadas a través de cierto plan de formación para ser especialista, magister, doctor y postdoctor. Una vez terminamos nuestra formación como profesionales, nos actualizamos en ciertos campos adquiriendo conocimientos. Sin embargo, al final de nuestro proyecto de tesis como futuros Magisters, entendemos que nos encontramos en el camino de producir conocimiento nuevo y relevante a la sociedad. ¿Han producido estos señores un nuevo pensamiento en su oficio? La tercera pregunta la tengo que hacer desde el conocimiento que creía tener sobre los perfiles valorativos del Ministerio de Educación para emitir estas distinciones. ¿puede una universidad otorgar un título honoris causa en un grado que no ofrece? Nuevamente, no debatamos, sólo especulemos a discreción. Necesariamente surge una cuarta pregunta, ¿el Ministerio de Educación Nacional autoriza estos títulos? Y de ser así, ¿por qué?

Quisiera ofrecer una respuesta menos decepcionante, pero en realidad creo que todas las cuestiones que vienen a mi cabeza, y no ofrecidas en este apartado, por respeto, se resumen en una sola cuestión: sólo en un país como Colombia podría pasar todo lo que pasa.

Surgirá en ustedes una quinta pregunta ¿por qué me ofende el homenaje a estos cuatro periodistas deportivos? Y la respuesta es muy simple. Porque paso horas sentado tratando de escudriñar modelos de pensamiento nuevos, analizando posibilidades pedagógicas y nuevas gestiones de procesos para hacer de las destrezas de los estudiantes competencias más cercanas a la industria. Porque me pregunto que influye en una comunidad para determinar su identidad cultural a través de los medios. Porque participo en la probable formulación de nuevas teorías sobre lo que es y no es la neo televisión. En pocas palabras, porque mi oficio es ofrecerle respuestas a la sociedad. Como lo dije anteriormente, no ofreceré mis probables tesis al por qué del título a estos señores, sólo diré lo que ya se puede inferir: su título es no sólo inmerecido sino una muestra irrefutable del clientelismo burdo nacional. Es una afrenta a la academia y una completa irreducción al significado de ser un Doctor.

Por otro lado, qué otra cosa podría esperarse en Colombia. Desde hace bastantes años conocemos a Carlos Antonio como “el profe.” (¿tenía alguna necesidad la Universidad de Macondo de refrendarlo? ) lo cual confirma que en este tropical terruño, cualquiera es Dr.

No hace falta ser médico, abogado o Phd, para que te digan por ahí “Doctor”.

Sigo pensando en mi doctorado, no para que me digan doctor o porque se incremente mi cuenta. Por fortuna hace mucho tiempo sé que son fútiles expectativas. Mi deseo es poder ofrecer una posibilidad de incrementar la eficacia de una academia. ¿necesito de mi doctorado para hacerlo? Infortunadamente sí. Conozco decenas de profesionales que serían mejores catedráticos que los conocidos “piratas” con los que a diario debo convivir, y puedo dar fe que serían mejores formadores por su invaluable conocimiento, pero las instituciones están diseñadas en la “doctoritis”.

Hice mi tarea antes de decir cualquier apretujada opinión, y encontré doce nombres honoris causa otorgados por la Universidad Nacional entre 1946 y el 2009, entre los que se encuentran Fernando Vallejo, Orlando Fals Borda, Alberto Lleras Camargo y Noam Chomsky. ¿Les dice algo alguno de los anteriores nombres? Apuesto que sí, y lo mejor es que sus nombres resuenan sin tener un micrófono como los otros cuatro, cuya única tarea es la de exponer lo absolutamente visible, lógico y lleno de sentido común que hay en el desarrollo de un partido de fútbol.

"De la radio de antaño sólo queda el recuerdo" dijo el Phd Muñoz, que se me permita sugerir un gazapo retórico, pues él mismo hace parte del presente de ese periodismo que se ha repetido por décadas. Si nos referimos a la vernácula sentencia de todo pasado fue mejor, deberíamos darle parte de derrota a la integridad, la ética y los principios. Al final, acepto que a nadie le importará el debate si no se empaca en cientocuarenta caracteres.