jueves, 10 de septiembre de 2009

Lo público sin lugar: Transformaciones y paradojas de la visibilidad

A propósito del texto “Los media y la modernidad” de John B. Thompson

Por Alejandra Castaño Echeverri


En el capítulo La transformación de la visibilidad el autor aborda el impacto de los medios de comunicación modernos en los avatares de la vida política y social. Su enfoque se refiere a las nuevas formas de interacción propuestas desde los media, de las cuales resalta la innecesaria espacialidad y temporalidad, propias de la interacción cara a cara, y que han impactado las maneras de ser visible con no pocas consecuencias. Afirma Thompson que uno de los efectos de la relación política-medios es el crecimiento del auditorio, por lo cual el político se encuentra expuesto a mayores niveles de control, lo que, si no es manejado estratégicamente, puede resultar contraproducente. Lo anterior es ejemplificado por el autor desde los cambios tecnológicos y de propiedad en los medios, el ejercicio mismo del periodismo y los ajustes que la cultura política ha sufrido en un afán de adaptación y uso eficaz de las posibilidades mediáticas.
Sin embargo, aunque Thompson bordea casi sin querer el tema, omite la relación de los medios con las esferas del poder económico y político, viéndolos como inmunes a las pugnas y conflictos de intereses, a las relaciones de poder.
Lo anterior lo desarrollaré a la luz de las prácticas de la televisión pública en el contexto colombiano donde tener poder es garantía de visibilidad y no lo contrario.
En los medios de televisión pública el ciudadano común no adquiere poder gracias a la visibilidad que el medio le otorga, además si analizamos esa visiblidad, casi que podríamos compararla con la del buen salvaje. El ciudadano del común alcanza la visibilidad en los medios televisivos –públicos y privados- siempre que “su testimonio” dé cuenta de un argumento creado por el productor, el interventor o el patrocinador del programa. El ciudadano del común no puede pedir ni tomarse la palabra, no puede opinar de lo que no le hayan preguntado previamente, no puede participar como individuo en lo que hemos dado en llamar la nueva esfera pública creada por los medios masivos de comunicación.
Lo que ha cambiado con el paso de las épocas y los avances tecnológicos para los medios y con la creación de esferas las públicas virtuales, no ha sido necesariamente la visibilidad en términos de su incremento, lo que ha variado son las relaciones de poder publicadas por el medio, específicamente para el caso de la televisión. En ella, debes ser poderoso para ser visible.
Debemos partir por reconocer que nuestra televisión pública se sostiene sobre la premisa de ser un medio con sentido, con propósitos, una televisión que busca –desde hace más de 50 años cuando lo afirmó Rojas Pinilla en la inauguración de la televisión- el crecimiento en educación y cultura de la ciudadanía. Esta sencilla consideración hace que la visibilidad desde la televisión pública no pueda ser leída como lo hace Thompson, al contrario, ser sujeto y objeto de visibilización por parte de la “buena” televisión concede estatus insospechados y comunidades de legitimación de la opinión que, si no fuera por sus cuestionables modelos de representación, serían mayormente tomadas en cuenta.
En nuestras televisiones públicas son comunes tres tipos de personajes visibles: el funcionario público, el experto académico y el ciudadano del común. El primero, normalmente, es el patrocinador del programa en el que aparece. El segundo es invitado a debatir sobre temas de actualidad e interés común, aportando su mirada erudita y validando sus estudios y disertaciones sobre el tema. El tercero es el caso, el objeto o sujeto representativo de lo que se está hablando –o experiencia significativa, como se nombra en el argot del medio-, es sobre quien recae la acción y nunca quien la propone.
En nuestros espacios publicados de conversación poco es reconocible que vivimos en una época donde se habla desde el género, desde las minorías raciales y religiosas, desde la oposición ideológica y política, lo anterior en un marco donde la democracia ondea bullosa y triunfante y a su imaginario se alude antes de casi cada manifestación de la opinión permitida. Pero, ¿dónde en los medios públicos, específicamente en la televisión, estos grupos antes marginados tienen su propia representación, su propio espacio de participación y opinión? No los hay, y cuando se les conceden es para devenir tema, reducidos en sus características y problemáticas coyunturales.
En nuestra televisión pública resalta la mirada institucional, que es la mirada del patrocinador, del cliente a la vez, es la mirada y la palabra que no admite cuestionamientos, que no admite divergencias. Nuestros reporteros –que no periodistas- poco se asemejan a lo que fueron sus colegas de épocas pasadas, mirando con desdén sus cualidades inquisitivas, indagadoras, cáusticas, deliberantes y denunciadoras.
Los productores y patrocinadores de la televisión pública han cerrado filas en contra de la opinión, a la cual admiten únicamente si es invitada por ellos. La vida real y la información en la televisión pública se desdibuja en imaginarios, su crudeza, siendo secreto a voces, se maquilla.
El funcionario público, fiel creyente de las teorías funcionalistas y conductistas (Laswell, Merton) de la comunicación, encuentra en su espacio pagado el medio idóneo para dar a conocer sus planes y logros, para encauzar las acciones de los ciudadanos desprevenidos, para dar un paso hacia su anhelada transformación social. Dicha visibilidad, tan aplaudida por sus subalternos, sólo logra engrosar sus indicadores de gestión.
Estas manifestaciones han contribuido al crecimiento en la sensación de que lo público, efectivamente, engrosa las propuestas mediáticas de este tipo, y da vida a la falsa creencia de que se está incrementando la participación en la esfera pública, cuando en realidad ha suscitado el fenómeno contrario, el estrechamiento y “sofisticación” de los espacios de conversación, ya que, como en la polis griega, sólo pueden manifestar su opinión y sus argumentos los ciudadanos legítimos.
La apuesta por los esquemas de conversatorio en la televisión pública cumplen con la intención de mantener el carácter dialógico propio de los círculos desde donde se piensa la sociedad, pero teniendo en cuenta el carácter limitado de la participación del televidente que no puede hacerlas de contertulio, nos vemos enfrentados a lo que podría nombrarse como una esfera publicada, es decir, el medio como el lugar de legitimación de la experticia y del reconocimiento del propio rol, en este caso uno de superioridad, de poder, en la sociedad.
John Keane hablaba del carácter legitimador por excelencia que tenía el medio sobre quienes aparecían en él, claro que teniendo en cuenta la forma en que se daba esa visibilidad:
“(…) los medios públicos –que a este respecto no se diferencian de sus competidores comerciales- distribuyen desigualmente las posibilidades de hablar y de ser visto y oído. Estos medios establecen una plantilla de personal habitual –periodistas, presentadores, comentadores, expertos académicos, hombres de negocios, políticos, sindicalistas y personalidades culturales- que se convierten en representantes acreditados de la experiencia y del gusto del público gracias a su participación regular en la pantalla.”
Teniendo en cuenta lo anterior, concuerdo con Thompson cuando afirma que “el activo debate entre ciudadanos informados ha sido reemplazado por la apropiación privada de una conversación llevada en su nombre” , que resulta complementado por las afirmaciones que Keane cuando afirmaba que: “el alegato de la representatividad del servicio público es una defensa de la representación virtual de un todo ficticio, un recurso a la programación que simula las opiniones reales y los gustos de algunos de aquellos al que va dirigido.”
Es una falsa esperanza creer que los medios públicos y masivos de comunicación como la televisión se constituyen en una nueva manifestación de la esfera pública, cuando en realidad es el medio mismo el que determina cómo y sobre qué se participa y él mismo es actor en una esfera pública más amplia, en la que deviene sujeto activo desde sus posiciones políticas, económicas y culturales.
La participación verdaderamente democrática de los ciudadanos, su visibilidad activa, se encuentra muy alejada de acceder a los medios, y desde ellos producir sus propias representaciones, porque el medio es un actor político camuflado, no se le permite ser plural y mucho menos neutral. Reflejo insoportable de nuestras propias construcciones sociales antidemocráticas, que no podrán transformarse por los imaginarios de equidad de los que sí se puede hablar en la televisión pública.

1. KEANE, John. La democracia y los medios de comunicación en Revista Internacional de Ciencias Sociales. Nº 129, Pág. 549-568. UNESCO, 1991.
2. THOMPSON, John. Los Media y la Modernidad. P. 176. Paidós, Barcelona, 1998.
3. KEANE, John. La democracia… P. 556.