martes, 18 de marzo de 2008

La Guerra y la Paz Televisadas

Por

Mauricio Velásquez

Columnas como esta son un ejercicio profético; a veces se teclean con sesenta días de anterioridad y deben resonar sin rezagos, con el rótulo implícito de la actualidad. Esa es la principal razón por la que fallé en mi intuición el pasado mes de febrero: Creí que la marea bajaría y que Clara y su hijo serían un apartado más de la epopeya que nos dibujaba la tele. Por eso callé con respecto a ciertos discursos; quise por omisión restar ecos indolentes. Pero ahora que algunos paisanos le han intentado pegar a Piedad, ahora que algunos le gritan hijuetantas a Chávez, ahora que algunos defienden al corajudo Uribe, ahora que algunos han marchado en contra de algo sin saber (acaso) que con su acción tampoco están en favor de la paz, ahora que algunos defienden el tricolor en una camiseta muy fashion y que nos volvemos, más y más, una efervescente muchedumbre, quiero hacer un llamado a la mesura y a la censura. (Ahora sé que no estoy solo en el clamor por la sensatez y la prudencia). Escribo con el convencimiento de que algunos canales de televisión en el país están cruzando una delgada línea: No están generando opinión sino un lento sometimiento de la conciencia. Sí, en Colombia estamos en guerra, pero un alto porcentaje del país la vive en diferido.

No obra mal aquel que llevado por sus principios siente que con su presencia en las calles, cantando el himno nacional, puede reclamarle a los violentos. No obra mal aquel que se une al clamor general en contra de la infamia del secuestro y la barbarie de la desaparición. No obra mal aquel que con la sonrisa amputada de su vida dice no más. Obra mal el medio que está conduciendo al pueblo y no al hombre.

Ver aquellos millones de colombianos caminando con su blanco inmaculado y sus gafas de sol, hace pensar en los otros colombianos, los que marchan no por lo que le dicen los medios sino porque hay que marcharse, los que caminan no para exigir respeto por la vida sino para exigirse por su propia vida.

No es tiempo de polemizar sobre la razón social que rige los mensajes de nuestra televisión, pero lo anticipo, porque el periodismo en ella se ha vuelto, cada vez más, un asunto de superficie, una industria de paquetes informativos sobre cualquier pronunciamiento o cualquier mueca que pueda generar zozobra y terror. Sí, el flash de último minuto genera morbo y el morbo se vende, incluso en forma de ring tone.

Los amigos del Facebook convocaron la marcha, pero la participación activa de los noticieros en ella me hace sospechar, porque son sólo ellos los que por ahora editan la historia del país. El 4 de febrero no sentí fervor patrio, sentí miedo de que la guerra se desparrame en Colombia sin haber acabado de recoger sus muertos. Ya habrá tiempo de digerir la nueva caminata.




Publicado en opinión, www.lahoja.com.co




La guerra y la paz televisadas (II)

La sugerencia de los gestos y los improperios lanzados por los personajes avisan un conflicto. Todos esperan que se emita un juicio, nadie espera que se sepa la verdad. Todos dicen conocerla.

Expectantes, los televidentes vemos un capítulo más. Asistimos a una cumbre con transmisión en directo por varios canales de televisión. La cobertura es inédita. Casi una semana después de la muerte de un guerrillero de alto rango, el país se enfrenta al sermón exigido por el yerro cometido. No hay pausa comercial.

Rafael, el ofendido, ha hablado. Álvaro, el agresor, se ha defendido y lo ha llamado colaborador de agresores peores. Los demás, incluyendo la mujer presidente con déficit petrolífero en su país, y el presidente que quiere pescar en mares revueltos, han llamado al “análisis” de los “argumentos”.

La siguiente escena es la esperada de la trama: El actor antagónico, el políticamente incorrecto, el que ha enviado diez batallones a la frontera, hará sus comentarios. Hay un corrientazo eléctrico en el ambiente que por momentos incluso afecta su micrófono. Todos esperan que se encienda la mecha y estalle el polvorín. Pero el guión ha sufrido un giro. Su tono es pausado y austero de querellas, su flash back de anécdotas arranca risas y aplausos. Su actitud es tan conciliadora, que sólo hace falta el cliché de la fanfarria que acompañe el final de la trama.

De pronto, Álvaro ha pedido unos minutos más y la tensión vuelve; el dueño de la casona, donde se encuentran los personajes, entiende que es el momento de llamar al abrazo para que la pelotera no empiece en su lindero. Todos aprueban la moción y se paran en busca de un gesto de tranquilidad. La guerra ha sido detenida. Los cables envían los últimos comentarios y los noticieros se han quedado sin noticia.

En el aire, ha quedado una frase de Uribe sin mucha resonancia: “…su verdad no es completa; aquí se ha dicho la mitad de lo que se ha dicho en los medios.”

Tiene toda la razón.

Desde aquel primer día de marzo, los medios noticiosos, en especial los de la televisión, le han dado un motivo a sus críticos: ¡No están informando hechos, están produciendo noticias! No existe en ellos la formación de opinión, tampoco el principio de una duda razonable, sólo una actitud mercantil alrededor de un espectáculo. La actitud belicista que se lee en la semiótica de su información hace pensar que esperan la guerra, que en su afán de captar la atención, urgen de ella. “…su verdad no es completa, aquí se ha dicho la mitad de lo que se ha dicho en los medios.”

En una frase de alcance premeditado en las actas diplomáticas, Uribe ha buscado llamar a la cordura, sin embargo, su eco debe ir más allá, pues dejó a los medios noticiosos como burdos replicadores de bochinches. Como para analizar en las academias, afortunadamente a tiempo estamos con los estudiantes. Lástima que no sea el mismo tiempo de El Tiempo y RCN, pues redactar una información a partir de una fotografía que parte de un supuesto no verificado es como para reírse un rato de las “colombianadas” que hacemos.

Son momentos como estos los que le dan una nuevo realce al asunto aquel de la pena ajena.

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