martes, 5 de julio de 2011

La Nueva Ley de Televisión en Colombia.


Comenzaré por citar a mi madre cuando advierte: “estoy contenta con lo que dan en la televisión”.
No hay que ser tremendamente estudioso para entender que está satisfecha con la oferta que posee, pero sí tremendamente ingenuo para catalogarla como mala televidente por el hecho de no ver televisión pública. Son varios los estudios que han demostrado que la oferta de televisión en Colombia satisface la demanda de los televidentes, pues, sin muchos rodeos, es acorde a sus expectativas de entretenimiento.
Convengamos, como lo hemos resaltado antes, en que los televidentes no vemos “esta” o “aquella” televisión, vemos televisión sin distinguir cosas distintas a la emoción que nos ofrece el verlas. Pero, diferenciemos para mayor claridad. Cuál televisión ve mi señora madre: la comercial y la ofrecida por las cadenas del cable; la conocida como “pública”, le resulta compleja en su relato, amañada en su discurso, detestable en su intento por hacerla sentir “maleducada”, inútil para ella y útil para los que la hacen, que en últimas son los únicos televidentes. Puedo dar fe de ello. (En la medida que un canal publico se hace grande y robusto en recursos, contrata más personal, y aumenta televidentes por lógica matemática, pues esos nuevos empleados invitan nuevos televidentes). El éxito en la convocatoria de una canal se sustenta en ese “voz a voz”, pero su grieta está en la imposibilidad de atrapar o seducir televidentes.
No le demos muchas vueltas al asunto, la nueva ley general de televisión debe enfocarse en brindarle mecanismos eficaces a la televisión pública para hacerla competitiva en la industria, para hacerla atractiva en el mercado. Después de años de trabajo, nuestra experiencia como productores y realizadores, académica e investigativa, puede brindar una luz: determinar las reales expectativas del televidente para entender su dinámica y así poder construir instrumentos relevantes y pertinentes de seducción.
Con ello no nos referimos a nuevas sobrediagnosticaciones del mercado; la experiencia nos ha enseñado que, uno, algunos televidentes no son televidentes en un grupo focal desenfocado y, dos, algunos televidentes tienen por buena costumbre y manera, el vicio de ofrecer respuestas políticamente correctas sobre el folclor, el patrimonio y las tradiciones que encierran el discurso hecho a pedazos de instituciones como el Ministerio de Cultura.
Con auscultar las expectativas concretas nos referimos a entender por qué vemos Rosario Tijeras, el Cartel o El Capo sin prohibirlas. Nos referimos a aprender a leer las dinámicas que permite emocionarnos con Jota Mario, el Padre Chucho o También Caerás sin censurarlos desde una engolosinada ilustración. El primer paso que debemos dar es liberarnos de aquellos mal llamados expertos que han indicado cosas sobre el comportamiento de los televidentes frente al televisor. Debemos cerrarle el paso a aquellos que tratando de “educar”, se han puesto por encima de la sociedad sin comprender sus dinámicas.

Punto aparte.
Algún día, en intercambio virtual, discutía con un “respetado” profesor de la Universidad de Antioquia sobre la carencia de emoción en esa televisión pública, social, educativa y cultural. Su respuesta la encontré al poco tiempo, pues anotaba él, en la presentación de una nueva iniciativa cultural fomentada por la Alcaldía, que “algunos…”, dirigiéndose a nosotros, “…esperaban que en los programas serios como el que dirige y presenta en Telemedellín los invitados salgan disfrazados de payaso.” En esos términos se da la discusión sobre la televisión. Por increíble que parezca, aun hoy, algunos persisten en calificarnos como televidentes de acuerdo a lo que vemos o lo que no vemos, sin entender la lógica que nos lleva al uso del dispositivo.
A la televisión pública le ha hecho tanto o más daño que la misma burocracia, la ignorancia y la soberbia.

Mauricio Velásquez

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