viernes, 17 de junio de 2011

Breaking Bad: contar historias tiene su ciencia, crear química con el televidente un sentido.





Hay algo de magia en la semiótica que no logra expresarse en la teoría. Es un domingo, hago algunas tareas domésticas. El televisor está encendido, sujeto a esa relación que lo hace un apéndice ruidoso que sirve de compañía. Giro en dirección a la pantalla al escuchar el sonido que produce una piscina. Es una evocación provocativa. Hay un ojo flotando que se escurre por un ducto de succión. Luego aparece un peluche sin un ojo, también flota, pero teñido de un magenta encendido. Sí, no es rojo o granate. Resalta sobre el agua en una piscina en blanco y negro.
No entiendo nada pero mis tareas han sido suspendidas. Tengo una escoba en la mano y un paño para sacudir en el hombro. Estoy atornillado. Hay un cabezote que me recuerda a “Guanina”, mi profesor de química, con el que me repasé la tabla periódica de arriba abajo y de derecha a izquierda. El Bromo y el Bario forman el acróstico, es el inicio de un nuevo capítulo de Breaking Bad.

He oído hablar de la serie y me quedo por curiosidad para ver la siguiente secuencia. Sublime: los resortes de una colchoneta oscilan al compas de una respiración agitada que sugiere un coito. A continuación, Vince Guilligan, el escritor, me corrige. Un tipo trata de darle un masaje cardiaco a una mujer que yace sobre la cama. La imagen es impresionante, caótica, real. Los ojos abiertos de la mujer tienen esa lividez de los muertos que golpean a los que aun respiramos. La mujer no resucita. El joven renuncia. Comienza a llorar a su lado en una impotencia contagiosa. No se contiene, es una actuación que le vale a Aaron Paul su primer Emmy en el 2010 como actor dramático secundario de televisión. Es entonces cuando entra en escena el profesor Walter White. Lo había visto en una escena donde le anuncian que tiene cáncer de pulmón, mientras él no puede dejar de mirar la gota de mostaza que reposa en la bata del médico que le entrega el dictamen. El hombre, rapado, carga a un bebe y contesta su celular con duda, le pide a quien se encuentra en la línea que se calme. Infiero que es el anterior personaje. Claro, hay un cadáver en una cama. Es obvio que tienen una filiación, pero existe una distancia entre ellos. Acto seguido, un hombre con el pelo a ras, idéntico a Walter aparece y limpia la escena preguntando: “¿hay más drogas en la casa?”. Estoy confundido. Intrigado es la palabra, la escoba sigue en mi mano, el paño se ha caído y Jesse está en shock. Es el capítulo final de temporada de la serie. Lo vi todo. Una hora completo, de pie.
Muchas son las cosas que hemos reseñado sobre lo público televisivo, las audiencias y sus dinámicas, los modelos de gestión y las brechas entre la televisión institucional que no invita a los televidentes. Hace unos cuatro años, justo antes de comenzar nuestras maestrías, intuíamos que el meollo estaba en no saber contar historias. Breaking Bad me lo ha ratificado.
Simple, minimalista, contundente y sin aspavientos de otro tipo, como los del policía que amenaza a todo el mundo con una pistola automática para salvar el mundo en 24 horas; o el médico borracho y bonito que se la pasa en una Isla preguntando “por qué”. Breaking Bad es historia pura en su más manifiesta simplicidad. Cuevana.com, el portal que ofrece vistazos sin pay per view, puede deleitarlos con las tres temporadas, donde, por cierto, verán las razones por las cuales Bryan Cranston ha ganado por tres años consecutivos el Emmy y los aplausos de toda la crítica que espera con ansia una cuarta temporada, anticipada por serias transformaciones de los dos personajes principales: Un profesor de química y el estudiante que un buen día decidieron aplicar sus conocimientos para cocinar metanfetamina.
Luego de ver Breaking Bad, me he convencido. El meollo de crear fidelización televisiva está en la filigrana de la escritura. Sin haber descubierto el agua hirviendo, creo que ha sido una mejor posibilidad de análisis autoetnográfico encontrarme en el zapping esta maravillosa novela, que cualquier otro estudio que busque entender por qué el televidente no ve “cierta” televisión de “cierta” utilidad.
Mauricio Velásquez

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