viernes, 28 de agosto de 2009

EL AUDIOVISUAL LOCAL Y LA CONSTRUCCIÓN DE MEMORIA E IDENTIDAD

La siguiente es la ponencia efectuada en el programa Hablemos de Medellín ofrecido por Comfenalco y al cual fuimos invitados para exponer nuestro punto de vista.

EL AUDIOVISUAL LOCAL Y LA CONSTRUCCIÓN DE MEMORIA E IDENTIDAD

La radical y ciertamente decepcionante (para ustedes) introducción que debo hacer, es que no vengo en representación de Telemedellín y mucho menos en su defensa.
Vengo a proponer de una manera reaccionaria, aunque responsable y diplomática, que nos dejemos de cuentos chinos.
Si bien es natural iniciar este tipo de exposiciones con el ardid de la benevolencia sobre lo relevante que son estas temáticas, yo quisiera comenzar por una simple descomposición del sentido gramatical que tiene por título este panel. Todo, porque muy a pesar de nuestros pesares, el asunto del audiovisual local es un asunto novedoso, no podemos pararnos en el contexto de “Bajo el cielo Antioqueño” para definir una industria insípida por las razones que en adelante expondré.
Algunos de nosotros somos aun más viejos que el primer canal de difusión audiovisual televisivo de nuestra ciudad. Yo mismo le llevo doce años a Teleantioquia. Por tanto, podemos hablar de la exacerbación de un folclor en términos de contenidos, pero no de una tradición audiovisual. Saldrán al paso, los defensores de aquello que se ampara en muchos maniqueados conceptos, siendo el más especial de ellos el de la justicia social en tanto según muchos, se necesita la televisión educativa y cultural, pero, pocos son los invitados a entender que el dispositivo por sí solo no educa o culturiza. Saldrán muchos a decir que paso por alto la potencia elocutiva y aun enunciativa de programas como Arriba mi barrio o Muchachos a lo bien, y allí es donde yo invito a mi segunda reflexión,
¿No es el lenguaje audiovisual como mecanismo, un dialogo que pone en común la relación entre aquel que lo produce y un espectador que lo lee, o en nuestro caso aprecia?
¿Dónde están esos espectadores, televidentes o lectores de narrativas audiovisuales de eso que determinamos como “importante y fundamental” en la construcción de una sociedad democrática y participativa?
Allí, quiero hacer un nuevo y especial énfasis ¿cuál es el lugar de la construcción?
A mi juicio hay uno solo: El de las semióticas, nos hemos preocupado tanto, cómo diría Eduardo Escobar, de los contenidos, que nos hemos olvidado de los vacíos que lo soportan. Lo más particular es que la misma frase es engañosa, porque no quiere decir ella que nos preocupemos por la forma. Ese es el siguiente gran problema, la precariedad en el análisis de entender aquello que plantea la investigadora Alejandra Castaño: la forma no es el fin.
Puedo asegurar que un buen porcentaje de este auditorio está enfrascado desde hace mucho tiempo en la loca carrera de hacer videos bacanos, chéveres, o como dirían en la oficina de metrojuventud para describir sus productos: ágiles, frescos, dinámicos y atractivos.
¿Nos hemos preguntado por la eficacia?
No debo desconocer los valores agregados de dos productos que mencioné con nombre propio, por algo lo hice. Arriba mi barrio y Muchachos a lo bien.
A mi juicio, los dos hacen parte fundamental de un reconocimiento que le dio lugar a algo que hasta ese momento era difícil de dimensionar: El lugar del otro y su entorno particular.
Esos primeros asomos nos asombraron porque sencillamente era extraño ver a don José el de la tienda o a Carlos el voceador de periódico saliendo en televisión, pero además porque nos permitió avistar la compleja trama de aquello que hacía arraigo por aquel entonces: los tentáculos del narcotráfico estaban permeando todas las esferas de la sociedad, golpeándola en unos sectores más que en otros, pero ante todo, configurando aquello que en términos de memoria pretendemos erradicar, lentamente nos fuimos convirtiendo en una comunidad que ha distorsionado sus valores éticos esenciales sobre nuestro devenir en sociedad.
Comenzamos a hablar de comunas y otros términos más rimbombantes como “tejido social” olvidándonos de la promoción de otros valores. Es cierto, evidenciamos la existencia del otro, pero el costo fue la creación de un imaginario que hoy particularmente queremos erradicar. A eso nos referimos con memoria.
Aquí nace una nueva particularidad que llama poderosamente la atención. En la televisión pública no se evidencia el malo o la maldad. Todos son excepcionalmente buenos. Si algún desprevenido televidente extranjero por alguna casualidad excepcional asistiera a la emisión de cualquiera de nuestros canales, los producidos en Medellín, pensaría que somos los seres más bonachones y dichosos. Quizá sea esa misión la que se cumple, ser un medio que promociona la esperanzadora condición de fui esto pero ahora estoy en un estado superior.
Arriba mi barrio y Muchachos a lo bien evidenciaron muchas cosas y ante todo, hicieron acopio de los primeros relatores involucrados en la producción industrial televisiva. Este hecho plantea la juventud de nuestro relato. Víctor Gaviria, Berta Lucía Gutiérrez, Óscar Mario Estrada, Germán Franco y muchos más, abrieron una brecha que muchos continuamos. Pero ese camino, para hablar de memoria e identidad hay que dimensionarlo en su correcto y coherente contexto. Era una semiótica venida de una realidad palpable que se insertaba en un imaginario dispuesto al asombro de los espectadores y a la novedad de ver gente del común empaquetada. Palabras más, palabras menos, la oferta de televisión era tan limitaba que el impacto del mensaje prácticamente estaba garantizado. Dirán ustedes, ahora va a resultar que todo lo del pobre es robado, y no, solo que hay que dimensionar la penetración de los discursos de acuerdo al engranaje de las partes y el medio en el cual se involucran, es decir, hay que ver la real dimensión de esa construcción.
Las primeras tentativas de análisis para una futura investigación nos permiten hoy especular que muchas personas veían Arriba mi barrio, en su gran mayoría, por una sección que ocupaba casi las dos terceras partes de la emisión: Mi barrio de película.
Aun hoy me resulta paradójico que la gente insista en las bondades de la conducción del Melguizo joven, dicharachero y bacano de aquella época.
¿Resulta demasiado difícil entender el meollo del asunto?
Su discurso impactaba en aquellos que por una u otra razón ya estaban impactados, o como diría Barbero, mediados por códigos que los llevaba a aceptar el diálogo sin mayores esfuerzos.
Con Muchachos a lo bien sucedía la misma combinación de los factores expuestos. Carencia de oferta y discurso establecido entre una minoría que Fuenzalida describe como elitaria. En el caso de nosotros, gente encantada con el maravilloso mundo de la imagen movimiento con la particular creencia de salvaguardas de la justicia social.
Esas dos producciones en particular fomentaron un universo del discurso y del relato que permite hoy hablar de la creación audiovisual de autor. Una generación de realizadores comenzó en definitiva a sentar las bases de una naciente industria: la del artista NO comunicador.
Paradójicamente, aquellos formados en la comunicación, aquellos responsables de establecer diálogos coherentes con el televidente comenzaron a jugar simbólicamente, pervirtiendo en muchas ocasiones la estructura por favorecer códigos de elaboradas abstracciones, o dicho en español, siendo muy sollados.
El resultado obvio fue el aplauso. Por qué no? Era necesario también refrescar un poco las narrativas que apenas comenzaban a permear al televidente.
Recuerdo que la serie de los derechos humanos de Muchachos a lo bien tenía doble emisión que incluía canal nacional. Cómo no verlo. Yo ya trabajaba esporádicamente como asistente de producción en televisión con la Fundación Social.
Disponía de un sillón para que mi mamá viera aquella historia del ciudadano ejemplar que de su bolsillo y la caridad hace una escuelita para los niños inaceptables en el colegio por los sectores armados de su comunidad. No entendía una cosa tan simple como poco explorada, yo mismo viví esa narración durante cinco días. Mi madre veía el empacado al vacío de esa semana en una hora. Y comprendí que el relato mal elaborado, aquel que privilegia ciertas exploraciones no favorecía la coherencia de aquello que se quería decir.
Mi mamá, con ese, y con otros programas iguales, optó por pararse de la silla y disponer de su tiempo libre de otra manera. Lejos de recriminarla, en aquel 1998, decidí evaluar que era lo que pasaba. La respuesta era por demás reveladora: Mi madre no estaba interesada en aquel relato porque no entendía la historia. No había un código que mediara entre mi madre y aquel relato. Yo había sido impactado, mi madre no. Con el tiempo entendería qué es aquello de elaborar discursos que buscan un impacto y solo impactan aquellos que han sido previamente impactados, o mediados.
Los resultados de este tipo de televisión fomentaron la construcción de un discurso que ha existido en nuestro país desde el primer fogonazo electromagnético del General Rojas Pinilla: La televisión como instrumento que propende la aproximación a la educación y el fomento de la cultura. Desentendimos ciertas particularidades de aquellos singulares fenómenos televisivos y fomentamos la jactancia de ciertos aciertos.
A mi juicio, en ese periodo comenzó una verdadera industria de autor audiovisual, pero es ese precisamente el aspecto que hoy me lleva a inquietarme por la relevancia de su relato.
Comenzamos a aplaudir los productos con particularidades estéticas novedosas y alternativas. Aun hoy lo hacemos, el Input, Pandora, In vitro y otros tantos escaparates fomentan dicha producción, pero la fomentan desde una condición que lejos de favorecer una transformación social más bien parece validar la producción de autor: Muchos realizadores realizan por un premio.
Mi mamá, ya ni les para bolas a estos señores tan locos. Mi mamá es feliz con sus Vecinos, Óscar y Tatiana, con el Factor X e incluso con Carlos el chismoso de Sweet. Son sus códigos y esta mediada sociosemióticamente por ellos.
De pronto la búsqueda de la televisión que llamamos joven comenzó a competir con una cada vez mayor oferta, y aquello que antes fuera masivo, por descarte obvio del capitalismo, comenzó a ser underground o alternativo.
Como la pelea se daba en los circuitos académicos para justificar la presencia de relatos televisivos que propendían por aquello que les fue encomendado por la sabiduría de nuestro ejecutivo, el mismo que creó la magnánima CNTV, comenzamos a hablar de la relevancia y la pertinencia de aquellos productos. Lo primero que hicimos fue blindarlos con una frase que aun hoy muchos no entienden el perjuicio que causa, no nos interesa el rating, es decir, no nos importa que nos vean o no nos vean.
La televisión de interés público, social, educativo y cultural, aquella que debe fomentar ciertos valores en favor del colombiano de manera eficaz, tenía su garantía en una cantidad de aforismos como, “al televidente debemos volverlo más ciudadano y menos consumidor”. Como por arte de magia, algunos comunicólogos habían satanizado la palabra consumo por la mala interpretación de una postura ciertamente fascinante y no necesariamente ambigua de Néstor García Canclini. Muchos directores de canales mal llamados educativos y culturales comenzaron a desproporcionar aquel aforismo y se inscribieron sin dudar en el círculo que más le gusta al colombiano, el políticamente correcto o socialmente aceptado. La producción teórica terminó por reafirmar la postura, y como se había dicho que no importaba el rating, terminamos viéndonos entre nosotros.
Un famoso crítico de televisión boyacense hablaba, comenzado el milenio, de hacer televisión de este y aquel otro estilo porque el televidente buscaba “esto y aquello”. Me pareció oírlo hablar de nuevo anoche cuando escuche a la procuradora delegada cuando se pronuncio sobre lo que el televidente debe o no debe ver, a propósito de la puja por el tercer canal comercial de interés público.
¿Dónde existe una cartilla que determine una taxonomía del televidente de acuerdo a lo que se le ofrece?
Aquel crítico fue y sigue siendo invitado a muchos encuentros y foros por su coloquial manera de referirse a la televisión, sin embargo jamás olvidaré aquel artículo que escribió hace unos cuatro años donde debió retractarse por la obviedad del contexto: Aquella televisión chévere y bacana que mostraban los canales educativos y culturales como Canal U, por citar alguno, había perdido el año.
Era apenas obvio, los circuitos de difusión cada vez son más y más incompetentes por la proliferación de discursos por encima de las expectativas lúdicas y afectivas reales del televidente. Una mínima minoría ilustrada posee una necesidad ilustrada y habla de lo que necesita el televidente cuando el pueblo, este pueblo, necesita mínimas garantías de empleo, techo, comida y atención en salud.
¿Ustedes aun creen que ese tipo de colombiano que hace sobrevivir otros once colombianos en su casa con un salario inferior al mínimo le importa este discurso sobre la importancia de la educación y la cultura?
¿Ustedes todavía creen que a los niños que conducían Condor “El Caballo Volador” les interesa saber que aquel señor que un día se subió en su zorra se ganó un premio?
¿Ustedes creen que estamos produciendo transformación social?
Señores, nos hemos vuelto irrelevantes para aquellos para los cuales deberíamos generar un impacto. La razón es simple, no entendemos sus imaginarios y pretendemos encausarlos con un discurso. No hemos podido entender que la televisión es la mejor alternativa para masajearse después de una jornada. Que ese colombiano ajeno a ese discurso es ajeno porque no se lo sabemos construir.
¿Quién dijo que televisión educativa es mostrar casos excepcionales de educación en un documental?
¿Quién dijo que hacer televisión cultural es hacer un programa de arte cuando sabemos que toda la televisión es cultural?
Sufrimos de un grave problema en ese autismo de la esfera pública porque esta no existe en los términos en los que habla Habermas.
Simplemente somos unos pocos interesados en una discusión que se volvió un particular ejercicio dialéctico que deja por fuera al televidente. Hace unos años en el encuentro de televisión organizado por la universidad del Norte pregunté con ingenuidad, en medio de tanto ser conmovido por la sociedad, por el televidente. Puedo dar fe que nadie me entendió de qué o quién hablaba. En cambio sí apareció alguien hablando de las bondades del nuevo modelo de televisión pública, aquel que paradójicamente continuaba aplaudiendo al autor por encima del comunicador. La televisión terminó de cerrar su ciclo. Comenzamos pensando por el televidente y no en el televidente y terminamos, cuando nos vimos despojados de su mirada por segregarlo, cosa distinta de segmentarlo.
Aun hoy se fomenta ese proyecto de crear autores. Aquellas prácticas no deberían tener el rótulo de la comunicación, pues revelan una precaria condición investigativa y una poco acertada mirada del contexto.
Quieren que les diga, para su dolor qué y cómo fomenta identidad y memoria en nuestra ciudad, El Jalapeño, Enfarrados y esos otros tantos programas que llamamos de manera sesgada poco contribuyentes o malos, o sencillamente inaportantes a la construcción de la cultura y la educación.
¿Saben por qué son coherentes?, porque acogen las valoraciones estéticas y emocionales de lo que somos, aportan el uso y la gratificación de aquello que queremos. ¿Saben por qué? Porque lo que somos o hemos sido no se logra por la televisión. Se logra por un conjunto de mecanismos sociosemióticos insertos en la memoria de nuestros valores, nuestro folclor y nuestro patrimonio.
Muchos aun hoy siguen hablando del ejemplo de la televisión pública europea. Nunca he entendido por qué, pues a mi juicio, la televisión inglesa no hace ingleses cultos, simplemente, los ingleses hacen televisión.
Nos hemos preguntado por la memoria y la identidad en el televidente por su consumo del audiovisual local?
Creo que esa es la verdadera tarea.
Yo detesto aquellos lugares donde se debaten asuntos puntuales en momentos excepcionales y dictaminan como frase final “la pregunta queda abierta”. Prefiero dejarles una reflexión.
Es solo aquel día en el que valoremos las expectativas del visionado cuando tendremos un logro significativo en aquello que tanto cacareamos. Por ahora debemos conformarnos en debatir estos asuntos entre nosotros. Todo porque no entendemos que sin Consumo no existe la apropiación, y sin apropiación no existe aquello que llamamos transformación social.

Mauricio Velásquez

3 comentarios:

Juan Carlos Vélez dijo...

No entiendo por qué en Colombia segmentamos las funciones de los medios de comunicación. Informar, entretener y educar, son las tres motivaciones principales, según los teóricos, de los programas de radio, televisión y de los medios impresos. No obstante, reconozco que puede haber énfasis en alguna de estas pautas. Pero no entiendo por qué hay que dedicarse sólo a una a la vez. ¿Quién dice que no aprende viendo CSI? yo me informo de cómo es la sociedad americana, que de alguna manera se ve representada allí, lo mismo pasa con los Simpson. De igaul forma, reconozco que son programas que veo fundamentalment porque quiero entretenerme. El hecho es que no todo tiene que estar sesgado, las video conferencias que tanto le gustan a los directores de la tv local, son un ladrillo que está muy lejos de atraer y aún más de educar... hay que reconsiderar este aspecto y centrarnos en lo que realmente interesa: la audiencia.. saludos

Alejandra Castaño + Mauricio Velásquez dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Alejandra Castaño + Mauricio Velásquez dijo...

Hola Juan Carlos. El asunto está definitivamente en un contexto dogmático y casi vernáculo de parte de algunos académicos que consideran que las teorías, en especial las televisivas, sólo llegan hasta finales de los sesenta. Basta una revisión a textos cómo los de Fuenzalida, Igartúa y en especial a las posturas de García Canclini para comprender como los estudios culturales televisivos han llegado a una conclusión que por obvia resulta hasta cómica: la televisión entretiene, de paso informa y en ocasiones hasta educa, pues no antepone la razón a la emoción, todos, como diría John Hartley, nos damos un deliciosos masaje con este maravilloso invento.